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viernes, 22 de febrero de 2013

El Incendio de la Madrugada en el Diario de La Línea

Capitulo 36

EL INCENDIO DE LA MADRUGADA

(Sábado, 26 de enero de 1895)


    No son nada comunes los incendios en la Línea; así es que cuando desgraciadamente ocurre alguno, la alarma y el pánico son tan grandes como generales, y si a esto se une la facilidad que existe para la propagación del fuego, por la débil fábrica de las fincas, la imperceptible separación de unas con otras y, lo que es aún más tremendo, por la falta absoluta de todo medio para contrarrestar tan voraz elemento, por carecerse hasta del agua necesaria con tal objeto durante la mayor parte del año, se comprenderá el horror que infunde en el vecindario la iniciación de suministros como el de la anterior madrugada, por virtud de los cuales pudiera muy bien sobrevenir una inmensa catástrofe en la localidad el día menos pensado.

    Serían las cuatro de la madrugada, poco más o menos, cuando el guarda de las calles Real y Sol observó la salida de humo del establecimiento de bebidas que en dicha última calle, esquina a la de Rosa, perteneciente a Francisco Micól, en cuyo local no pernoctaba nadie.

    Inmediatamente, y después de cerciorarse de que se trataba de la existencia de un incendio en el interior del expresado establecimiento, empezó a llamar a todos los vecinos próximos y a cuantos habitan en las casas colindantes, que son en gran número y que indudablemente se hallaban seriamente amenazados y comprometidos, con doble razón porque el almacén incendiado lindaba por la espalda con la importante bodega del establecimiento “La Austriaca” y corrido el fuego a dicho edificio son incalculables las consecuencias que habría podido tener.

    Avisadas las autoridades, funcionarios y fuerza pública, todos concurrieron inmediatamente al lugar del siniestro, siendo el primero el Teniente de Alcalde Sr. Don Salvador Ruiz y seguidamente el Sr. Alcalde don Agustín Acedo del Olmo y el Juez Municipal don Manuel Vegazo, cuya señora madre política es la propietaria del edificio incendiado.

    También concurrió en los primeros momentos el digno Teniente de la Guardia Civil don Ramón Carbó, que trabajó denodadamente.

    El fuego tomó desde los primeros momentos gran incremento, quedando convertido el almacén incendiado, en su totalidad, en una inmensa hoguera cuyas llamas ascendían a doce o catorce metros de altura.

    La madrugada era primaveral, despejada, apacible, y sin que se notara el aire más ligero.

    A este casual y milagrosa fortuna débese, sin ningún género de dudas, que el siniestro pudiere quedar localizado en el sitio en que se  inició y no se propagara a toda la inmensa manzana de que forma parte, en la cual existen porción de importantes establecimientos y la ruina hubiera sido aterradora.

    El Sr. Alcalde, después de distribuir la fuerza pública convenientemente y de reunir el posible número de individuos que se prestaron a practicar los trabajos para extinguir el incendio, auxiliado por el Teniente de la Guardia Civil, dictó las medidas que las circunstancias aconsejaban y a las ocho de la mañana quedaba el fuego totalmente extinguido y en alberca el local donde aquél tuvo efecto.

    En la casa de que formaba parte dicho almacén y cuyas entradas están en la calle Real, habitaban los vistas de esta Aduana señores don Hugo Bourman y don Francisco Salinas, cuyas familias son las que más han sufrido tanto moral como materialmente.

    El fuego invadió el patio de la casa y era inminente el peligro en toda ella, en la que llegó el momento de ser imposible la respiración por el espeso humo que totalmente la dominaba.

    Fue preciso que las familias abandonasen precipitadamente el local y poner en la calle todo el mobiliario.

    El vecindario ofreció a tales víctimas los auxilios correspondientes así como la Autoridad local, encargándose a la fuerza pública de la custodia de los efectos depositados en la calle.

    Por ser la estación en que nos encontramos de lluvias, tenían agua abundante los pozos próximos al lugar del siniestro y gracias a esta favorable circunstancia pudo hacerse uso en gran cantidad de la necesaria para extinguir el fuego, que a última hora quedó terminado con los trabajos de los operarios municipales.

    La fuerza de infantería prestó el servicio de orden y vigilancia así como la de la Guardia Civil.

    Además de la desaparición del local que ocupaba el almacén incendiado, ha sufrido deterioro el resto de la casa propiedad de la señora doña María Herrera, viuda de Guillermo.

    Una buena parte de la casa conocida por el “Patio del Obispo” también ha sufrido deterioros de consideración; y el establecimiento “La Austriaca”, cuyo propietario es don Ramón María Bonelo, ha sufrido también en su interior y existencias grandes quebrantos.

    El señor Bonelo, por consecuencia de la sorpresa que le causó la noticia del incendio y que le participaron como cosa cierta que “La Austriaca” ardía, abandonó su domicilio en tal estado de excitación nerviosa que cuando llegó al establecimiento de su propiedad fue preciso auxiliarle medicinalmente para evitar las graves consecuencias que podría haberle ocasionado la fuerte emoción de que se hallaba dominado. También le asistió el señor Rovira que acudió al lugar del suceso en el momento que de él tuvo noticias.

    Entre los vecinos que más eficaces auxilios prestaron y que más se distinguieron encuéntrase el guarda de la calle Antonio Haceros, Gabriel López, Juan Naranjo, María López, Aurelia López, África Molina, José Pérez Santaren, Leocadio Jiménez y José Martín Sanduvete.

    Trabajaron voluntariamente: Isidoro Andrades, Antonio Riosoto, Salvador Flores, Miguel Cortés, Luis Gordillo, Rafael Díaz, José Ramírez Plata y  Pedro López, el cual se causó algunas lesiones.

    El señor Comandante Militar también permaneció acompañado de varios señores oficiales de la guarnición, en el lugar del siniestro hasta la desaparición total del mismo.

    La fuerza del orden Público trabajó de un modo eficaz y digno de aplauso, no así su jefe el Inspector don Jesús Villarino, cuyo funcionario, con general asombro, rayó por su ausencia y aun no se sabe si se ha enterado a estas horas del suceso.

    Las pérdidas materiales no nos es posible determinarlas; pero es fácil que fluctúen entre veinte o treinta mil pesetas.

   El establecimiento y el edificio hallábanse asegurados.

    ¡Quiera Dios que no se repita otro siniestro y bien puede darse gracias a Dios de que el de referencia no haya alcanzado otras proporciones.
                    
                                                  (Del “Diario de La Línea”)