Capitulo 36
EL INCENDIO DE LA MADRUGADA
(Sábado, 26 de enero de 1895)
No son nada
comunes los incendios en la Línea; así es que cuando
desgraciadamente ocurre alguno, la alarma y el pánico son tan grandes como
generales, y si a esto se une la facilidad que existe para la propagación del
fuego, por la débil fábrica de las fincas, la imperceptible separación de unas
con otras y, lo que es aún más tremendo, por la falta absoluta de todo medio
para contrarrestar tan voraz elemento, por carecerse hasta del agua necesaria
con tal objeto durante la mayor parte del año, se comprenderá el horror que
infunde en el vecindario la iniciación de suministros como el de la anterior
madrugada, por virtud de los cuales pudiera muy bien sobrevenir una inmensa
catástrofe en la localidad el día menos pensado.
Serían las cuatro de la madrugada, poco más
o menos, cuando el guarda de las calles
Real y Sol observó la salida de humo del establecimiento de bebidas que en
dicha última calle, esquina a la de Rosa,
perteneciente a Francisco Micól, en
cuyo local no pernoctaba nadie.
Inmediatamente, y después de cerciorarse de
que se trataba de la existencia de un incendio en el interior del expresado
establecimiento, empezó a llamar a todos los vecinos próximos y a cuantos
habitan en las casas colindantes, que son en gran número y que indudablemente
se hallaban seriamente amenazados y comprometidos, con doble razón porque el almacén
incendiado lindaba por la espalda con la
importante bodega del establecimiento “La Austriaca” y corrido el fuego a
dicho edificio son incalculables las consecuencias que habría podido tener.
Avisadas las autoridades, funcionarios y
fuerza pública, todos concurrieron inmediatamente al lugar del siniestro,
siendo el primero el Teniente de Alcalde
Sr. Don Salvador Ruiz y seguidamente el Sr. Alcalde don Agustín Acedo del Olmo y el Juez Municipal don Manuel Vegazo, cuya señora madre política es la
propietaria del edificio incendiado.
También concurrió en los primeros momentos
el digno Teniente de la Guardia Civil
don Ramón Carbó, que trabajó denodadamente.
El fuego tomó desde los primeros momentos
gran incremento, quedando convertido el almacén incendiado, en su totalidad, en
una inmensa hoguera cuyas llamas ascendían a doce o catorce metros de altura.
La madrugada era primaveral, despejada,
apacible, y sin que se notara el aire más ligero.
A este casual y milagrosa fortuna débese,
sin ningún género de dudas, que el siniestro pudiere quedar localizado en el
sitio en que se inició y no se propagara
a toda la inmensa manzana de que forma parte, en la cual existen porción de
importantes establecimientos y la ruina hubiera sido aterradora.
El Sr. Alcalde, después de distribuir la
fuerza pública convenientemente y de reunir el posible número de individuos que
se prestaron a practicar los trabajos para extinguir el incendio, auxiliado por
el Teniente de la Guardia Civil, dictó las medidas que las circunstancias
aconsejaban y a las ocho de la mañana quedaba el fuego totalmente extinguido y
en alberca el local donde aquél tuvo efecto.
En la casa de que formaba parte dicho almacén
y cuyas entradas están en la calle Real,
habitaban los vistas de esta Aduana señores don Hugo Bourman y don Francisco Salinas, cuyas familias son las
que más han sufrido tanto moral como materialmente.
El fuego invadió el patio de la casa y era
inminente el peligro en toda ella, en la que llegó el momento de ser imposible
la respiración por el espeso humo que totalmente la dominaba.
Fue preciso que las familias abandonasen
precipitadamente el local y poner en la calle todo el mobiliario.
El vecindario ofreció a tales víctimas los
auxilios correspondientes así como la Autoridad local, encargándose a la fuerza
pública de la custodia de los efectos depositados en la calle.
Por ser la estación en que nos encontramos
de lluvias, tenían agua abundante los pozos próximos al lugar del siniestro y
gracias a esta favorable circunstancia pudo hacerse uso en gran cantidad de la
necesaria para extinguir el fuego, que a última hora quedó terminado con los
trabajos de los operarios municipales.
La fuerza de infantería prestó el servicio
de orden y vigilancia así como la de la Guardia Civil.
Además de la desaparición del local que
ocupaba el almacén incendiado, ha sufrido deterioro el resto de la casa
propiedad de la señora doña María
Herrera, viuda de Guillermo.
Una buena parte de la casa conocida por el
“Patio del Obispo” también ha
sufrido deterioros de consideración; y el establecimiento “La Austriaca”, cuyo propietario es don Ramón María Bonelo, ha sufrido también en su interior y
existencias grandes quebrantos.
El
señor Bonelo, por consecuencia de la sorpresa que le causó la noticia del
incendio y que le participaron como cosa cierta que “La Austriaca” ardía, abandonó su domicilio en tal estado de excitación
nerviosa que cuando llegó al establecimiento de su propiedad fue preciso
auxiliarle medicinalmente para evitar las graves consecuencias que podría
haberle ocasionado la fuerte emoción de que se hallaba dominado. También le asistió
el señor Rovira que acudió al lugar
del suceso en el momento que de él tuvo noticias.
Entre los vecinos que más eficaces auxilios
prestaron y que más se distinguieron encuéntrase el guarda de la calle Antonio Haceros, Gabriel López, Juan Naranjo,
María López, Aurelia López, África
Molina, José Pérez Santaren, Leocadio Jiménez y José Martín Sanduvete.
Trabajaron voluntariamente: Isidoro Andrades, Antonio Riosoto, Salvador
Flores, Miguel Cortés, Luis Gordillo, Rafael Díaz, José Ramírez Plata y Pedro López, el cual se causó algunas
lesiones.
El señor Comandante Militar también
permaneció acompañado de varios señores oficiales de la guarnición, en el lugar
del siniestro hasta la desaparición total del mismo.
La fuerza del orden Público trabajó de un
modo eficaz y digno de aplauso, no así su jefe el Inspector don Jesús Villarino, cuyo funcionario, con general
asombro, rayó por su ausencia y aun no se sabe si se ha enterado a estas horas
del suceso.
Las
pérdidas materiales no nos es posible determinarlas; pero es fácil que fluctúen
entre veinte o treinta mil pesetas.
El establecimiento y el edificio hallábanse
asegurados.
¡Quiera Dios
que no se repita otro siniestro y bien puede darse gracias a Dios de que el de
referencia no haya alcanzado otras proporciones.
(Del “Diario de La Línea”)