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jueves, 7 de marzo de 2013

Reportaje histórico de La Línea. Heraldo de Madrid por Gabá.

Capítulo 47

EL HERALDO EN LA LÍNEA
 
               
   Con este título publicó el Heraldo de Madrid un reportaje interesantísimo sobre la Línea de La Concepción de que es autor Gabán. Dice así …


    Hay muchos pueblos que, por haber tenido en un momento de mi vida un punto negro, el concepto público les ha impuesto el sambenito del oprobio, que ya no pueden sacudirse aunque de diablos haga santos.

    La Línea es uno de ellos. Para el resto de España, incluyendo a la propia provincia de Cádiz, la Línea suena a contrabando y matute. Para muchos es un conglomerado, no solo de defraudares de la Hacienda pública, sino de gentes que liquidaron sus cuentas con la justicia o que las tienen por liquidar; de revolucionarios que se comen a los niños crudos, y de anarquistas de puñal; de todo lo peor de los componentes sociales, en una palabra.

    No es extraño. En pleno Parlamento, uno de los actuales gobernantes dijo de La Línea que era la hoz de España. Así, sin eufemismos ni distingos, con motivo de una discusión sobre sucesos allí ocurridos; y la afirmación pasó como capítulo del Evangelio.

    Y es que, siempre impresionables, el punto negro determina un juicio que, a lo más, puede aplicarse al momento en que un pueblo sufre las consecuencias de una transformación honda y radical, pero que diputamos como definitivo.

    La Línea se encontraba en un periodo de transformación tan intenso, que necesariamente habían de surgir, no un movimiento, sino verdaderas convulsiones; que no se pasa de aldea insignificante a pueblo populoso, de 300 vecinos a 60 000, en poquísimo años y a la sombra de unos trabajos de duración de tiempo limitado, sin que se cuarteen los cimientos de la justicia y el derecho, la razón y la moral pública.

    Y esto es lo que pasó en La Línea, que tiene una historia tan breve como tempestuosa, pero cerrada ya con un capítulo, que es el que al presente escribe, honroso y patriótico; un capítulo de trabajo, laboriosidad y virtudes cívicas.


COMO SE FORMO Y LO QUE FUE LA LÍNEA
  
    El año1870, La Línea era una aldea de tres cientos y pico de vecinos, que pertenecía al término municipal de San Roque.

    Solicitada la segregación y obtención después de vencer grandes dificultades, se constituye el primer Ayuntamiento, nombrándose Alcalde-Presidente a don Lutgardo López Muñoz.

    Uno de los primeros acuerdos de aquel Municipio fue bautizar al pueblo con el nombre de La Línea de la Concepción.

    Durante unos cuantos años, el aumento del vecindario es insignificante.
    En 1888 se inaugura una fábrica de corchos, la de los hermanos Larios, que por las múltiples operaciones que la industria corchera exige para su funcionamiento da trabajo a 1 000 operarios entre hombres, mujeres y niños. Simultáneamente casi, el astillero de Gibraltar toma gran incremento; se construyen muelles para contener inmensos almacenes de carbón, y a La Línea afluyen familias enteras, pasando a la vecina plaza en busca de trabajo que sin dificultad se les da, porque los ingleses saben, por larga experiencia, que el personal español es apto, fuerte y duro.

    El régimen militar de la plaza, que prohíbe la construcción de viviendas y pone trabas para la permanencia nocturna de los extranjeros, hace que el personal obrero empleado en sus trabajos se instale en La Línea, donde aprisa y corriendo se edifican casas.

    En el año 1896, el Gobierno inglés consigna en presupuesto la friolera de tres millones y medio de libras esterlinas para las siguientes obras: Ampliación del astillero y muelle del Almirantazgo; construcción de tres diques secos, capaces de admitir los mayores buques de combate, y construcción de un puerto cerrado de gran extensión.

    Y como en Inglaterra lo que se vota hay que consumirlo, las obras empezaron inmediatamente.

    Acuden entonces a La Línea miles de obreros, que en Gibraltar son admitidos sin ningún requisito.

    Como los anteriores, su punto de residencia es La Línea, que va ensanchando, ensanchando, hasta ocupar una extensión de terreno enorme con la construcción de casas de piso bajo solamente en casi su totalidad, como edificadas para subsistir un corto número de años y llenar una necesidad apremiante.

    Y aquel aluvión de gentes las trae de todas castas y pelajes, honradas y criminales, trabajadoras  y de las que iban a pescar en río revuelto, sanas y podridas, sin que fuera posible la selección y depuración, que tenían que dejarse al tiempo.

    En lo político, trae de todas las extremas izquierdas, revolucionarios y socialistas, ácratas y anarquistas más numerosos y furibundos exaltados, para quienes la justicia, el derecho, la autoridad, la familia, todo, en fin, lo más grande y consustancial con la nación no representaba nada, no debía ser nada y a la nada tenía que volver.

    Los que esto sentían en territorio español y lo predicaban, en territorio inglés iban más derechos que una vela. Estos exaltados encontraron terreno fertilísimo para sus ideas de disolución y desorden, no solo en el detritus social acumulado en La Línea, sino en la misma y advenediza mano obrera.

    ¿Por qué? Porque tocaba esta tan de cerca las enormes diferencias entre las condiciones y remuneración del trabajo en su propio país y en el extraño, que el espíritu más dormido despertó pronto sintiendo las más grandes rebeldías.

    Luego fue comprendiendo las leyes fundamentales del país en que trabajaba; se las asimiló después, comparó más tarde, vio como aquellas obligaban a todos por igual y como la justicia era rectilínea e inexorable, y de todo esto resultó un acrecentamiento de la rebeldía, que los exaltados utilizaron cuantas veces quisieron.
    Cuando la intelectualidad obrera quiso dirigir la masa por el camino de las reivindicaciones sociales justas y legítimas era ya tarde. El virus morboso estaba infiltrado, y toda predicación tenía que ser necesariamente incendiaria.

    El Centro obrero que formaron llegó a tener cerca de 6 000 socios. Allí, por las noches, se daban conferencias rojas y furibundas, y cuando aquellos hombres abandonaban el local salían despojados de todo sentimiento afectivo y moral, vomitando venganza y rebeldías contra toda razón y autoridad, y ¡ay del que osara estorbarlos en su camino!

    Frecuentemente, sin razón muchas veces, se declaraba el BOYCOTAGE a un comercio o una industria. En este caso, el infeliz a quien tocaban las iras de aquel Centro podía irse con la música a otra parte. La vigilancia más severa, la persecución más sañuda se ejercía contra él, y si alguien quebrantaba el BOYCOTAGE, ya sabía que no podía repetir la suerte.

    Fueron aquellos hombres los amos de La Línea, que tenía sus autoridades, en Guardia Civil, es cierto, pero a las cuales, acertadamente, patrióticamente, se impuso una prudencia extremada. Otra cosa hubiera sido escribir a diario páginas sangrientas.

    La Guardia Civil, sobre todo, siempre benemérita, fue heroica durante aquellos años.

¡Cuántas veces hubo de ver resignada como todo aquel estado social parecía concentrar en ella sus odios y rebeldías! Y, sin embargo, la prudencia fue su norma, que a no haberla tenido las consecuencias hubieran sido trágicas.

    Todos los días, al caer la tarde, los 10 000 obreros ocupados en Gibraltar regresaban, concluido el trabajo, a La Línea.

    En la carretera inglesa eran corderos. En la española se convertían en gatos monteses. Mezclados entre ellos venían también centenares de mujeres y chiquillos.

    El contrabando tenía que ser reprimido y evitado, y para ello la Guardia Civil cuidaba de que por las puertas de La Línea pasaran en grupos de 200, a fin de que el registro por los carabineros pudiera verificarse con la detención necesaria.

    El espectáculo era imponente, según los testigos presenciales.

    La masa obrera se diseminaba por el Campo Neutral, gritando, cantando o vociferando, sin que pudieran contenerla en su impaciencia por entrar en la población las exhortaciones de la benemérita, no muy numerosa ciertamente.

    De pronto, grupos que echaban por delante a las mujeres y chiquillos, se abalanzaban sobre las puertas, asaltándolas y arrollándolo todo, mientras otros demostraban que no las infundía temor la fuerza pública ni la Guardia Civil, que pretendía imponerse por todos los medios menos por el único que, prácticamente por su eficacia, la prudencia impedía emplear y no se empleaba.

    Así, el contrabando no podía evitarse, no se evitó, porque era imposible. Y lo realizaron obreros y los que no lo eran, en grande o pequeña escala, pues a río revuelto de La Línea acudieron a pescar comerciantes de ancha conciencia, otros que, llamándoselo, iban a “hacer su avio” en poco tiempo industriales “ful” y aventureros y malandrines de todas las provincias de España.

    Pero en La Línea ¿quién lo duda?, había gentes honradas, comerciantes e industriales que de buena fe acudieron a ganar dinero honradamente, trabajado, aunque siempre bajo el temor de un BOYCOTAGE, y familias numerosas cuyos individuos aplicaban sus respectivas aptitudes a honrosas ocupaciones sin más propósito que la remuneración justa, y asegurar una vida que en otras partes no pudieron encontrar o la encontraban difícilmente.

    Entre los mismos obreros, los había sanos, de conciencia recta, ¿quién lo dudaba tampoco?; pero estaban en inmensa mayoría los otros, los que se imponían y se impusieron, ocasionando, al fin, una triste jornada, en la que fue víctima –una de las víctimas- Ernesto Álvarez, obrero intelectual, acérrimo defensor de las reivindicaciones obreras, pero nunca propagandista de las ideas dominantes en aquel conglomerado especial, único que tal vez haya existido en España.

    Síntesis de aquella situación: los trabajos de Gibraltar hacen de La Línea un pueblo de 60 000 almas; crean un comercio y una industria en que se encuentra de todo, como en la viña del Señor; reúnen una masa obrera formidable, en que hay gente sensata y cerebros que quizás hicieran enloquecer injusticias sociales pasadas; atraen a La Línea a todos los aventureros y a todo el desecho de provincias, dispuestos siempre a jugarse la vida; pero ello es que, siendo la taifa los menos, mandan, hacen imposible casi la vida de las gentes honradas de La Línea, en el concepto público, pasa a ser un pueblo de contrabando y puñal, que abochornaba a España.
                                                                                                     
    Terminadas las obras de Gibraltar, La Línea rebaja de un golpe su vecindario en       20 000 habitantes y la situación mejora extraordinariamente.

    Muere el Centro obrero, y libres de la amenaza del BOYCOTAGE, el comercio y la industria ensanchan, aunque parezca paradójico, su esfera de acción perecen, es decir, tienen que salir huyendo, los que a la sombra de aquella situación anormal, vivían y hacían negocio. No corre el oro como antes, pero se vive sin sobresaltos.

    La depuración, sin embargo, no era completa. Quedaban aún elementos perjudiciales; más purificado el ambiente, como ellos para vivir lo necesitaban enrarecido, no podían permanecer mucho tiempo en habitantes.

    Se inicia un periodo de expansión en todas las manifestaciones de la vida, y La Línea, pueblo libre ya, aparece digna, laboriosa y profundamente patriótica.




                                          

LA LÍNEA DE AHORA

    De La Línea de entonces a la actual hay un mundo de distancia… la depuración ha sido completa, demostrándole el hecho de que apenas se registra una simple riña.

    De la formidable masa obrera solo quedan unos cuantos centenares de trabajadores fijos en los diques y arsenal de Gibraltar, tan aptos, laboriosos y honrados, que merecen las alabanzas de los ingleses y la estimación de sus convecinos, y otros tantos de mujeres que también acuden a la plaza inglesa a trabajar en sus respectivos oficios o a desempeñar servicios domésticos. Lo dañado ha desaparecido por la sencilla razón de que allí no tenía nada que hacer.

    Consecuencia de este ha sido que en La Línea se haya verificado la unión de los elementos sanos, antes dispersos, retraídos y recelosos; el entroncamiento de familias, la urbanización de la población, el embellecimiento de sus edificaciones, la construcción de calles tan hermosas como la Real, de la que hacen paseo nocturno las bellas linenses; el robustecimiento del crédito en la industria y el comercio, el desarrollo de la Prensa, la fundación de Centros de Cultura, la organización de unas ferias que pueden competir con las de muchas capitales, la creación, en fin, de una personalidad en el orden económico, intelectual y social.

    Y hay algo más grande que todo eso: un amor a la Patria, más vibrante cuanto más se ha dudado de él. Porque La Línea pasa, aunque protestando enérgicamente, de que se le suponga conjunto de barracones cuyos moradores poco menos que deben ser excluidos del trato de gentes; pasa por el abandono en que los Gobiernos la tienen, y con el que contribuyen a que subsista suposición tan irritante; pero por lo que no pasa es porque se la suponga tibieza siquiera en sus amores a la Patria ¡que hasta eso se ha llegado a decir de palabra y por escrito!.

    La Línea es en efecto eminentemente española. De sus vecinos los ingleses no ha tomado más que el confort para la vida y lo que en ella hay de práctico. Ni siquiera se ha asimilado algunas costumbres que sin menoscabo de la nacionalidad pudo asimilarse. Allí todo es español, hasta el punto de que raro es el establecimiento que no tenga traducido al inglés su rótulo, y españolas son sus fiestas, sus diversiones, sus juegos y sus costumbres. ¡Oh! En esto último las hay de un españolismo rancio.

    El Casino Recreativo es uno de los centros más concurridos y de más distinción de La Línea. Pues id allí por las noches; penetrad en una amplia habitación y encontrareis a sus socios jugando… ¡a la lotería de cartones! ¡Y que van a arruinarse! Por diez céntimos tienen derecho -¡teníamos!- a llevar tres cartones, y a veces para ganar, había que llenar uno completamente. Quizás parezca esto pueril a muchos superhombres. A mi me pareció encantador por su españolismo.

    En todos los aspectos de la vida social, La Línea es un pueblo de una llaneza igualmente encantadora. Allí no hay rigideces empalagosas arriba, ni groseras prevenciones abajo. Una hermosa democracia une a todos, formando un conjunto simpático, y alegre, y laborioso, que retiene sin esfuerzo a todo visitante.

    En lo político no existen las pasiones que envenenan, ni las luchas que en definitiva destruyen a los pueblos. Los partidos, cada uno desde su campo, laboran por el bien común, haciendo política amplia, y así, liberales como conservadores y republicanos mantienen buenas relaciones de cordialidad.

    Dirige los primeros un hombre de gran prestigio y posición social, don Bartolomé Lima, presidente del Circulo Liberal, que hoy cuenta con más de dos mil socios y cuya jefatura ha hecho salir del hogar a muchos desengañados o indiferentes que en él se habían recluido temiendo que volvieran tiempos de una política menuda, de un pasado oscuro.

    El jefe de los conservadores, don Luis Ramírez, un exalcalde cuya gestión se recuerda con elogio en La Línea, persona cuyo nombre pronuncian todos con respeto, pues después de una vida consagrada a la política en un pueblo de historia tan tempestuosa, es hoy su capital el trabajo, cuyos productos comparte con muchos necesitados.

    El partido republicano, más que por su intervención en la política activa, se distingue por sus iniciativas en beneficio de las clases obreras.

                
RELACIONES CON EL ESTADO

    La Línea no tiene con el Estado más vínculos que los que le ligan por leyes contributivas. Fuera de esto, la acción tutelar del Estado es nula. Por contribuciones e impuestos paga La Línea más de medio millón de pesetas. A cambio de esta suma, no recibe el más insignificante beneficio.

    Es más, cuando La Línea pide sumisa y medrosa, el Estado se enfada.

    ¿Y qué pide La Línea? Pues, sencillamente, que se le de comunicaciones terrestres, de las que hoy carece en absoluto y de cuya necesidad dará idea lo siguiente:

    Yendo desde Gibraltar, no hace falta preguntar dónde acaba el territorio inglés y dónde empieza el español.

    Separada de la vecina plaza unos 700 metros, la parte de carretera inglesa se presenta admirablemente calzada y atendida, con sus andenes laterales y jardines donde no ocupan el terreno los pabellones militares ingleses. Se entra en territorio español, en el Campo Neutral, y la carretera desaparece, siendo muy frecuente que los pequeños vehículos que transportan a los vecinos y viajeros tengan que abandonar lo que había de ser carretera y meterse por el campo, si no quieren volcar en los innumerables baches.

    El contraste es de los que sonrojan, y españoles e ingleses no aciertan a explicarse las razones que impiden el arreglo, mil veces solicitado y otras tantas no concedido, de aquel pedazo de tierra, por donde los segundos pasan a centenares los domingos, días destinados a excursiones por La Línea y sus alrededores.

    La Prensa local ha clamado cien veces contra esto y la Diputación de Cádiz ha hecho constar que no es culpa suya, y así irán pasando los años sin que haya medio de conseguir el arreglo de esa carretera, que podía ser estratégica y estar como Dios manda.
    Pues si por este lado la comunicación se halla en semejantes condiciones por la parte de San Roque es sencillamente imposible.

    A dos kilómetros de la Línea está la pequeña población de Campamento. La unión entre los dos puntos se hace por un trozo de playa y otro de camino de herradura. Desde Campamento a San Roque hay tres kilómetros de carretera. Pues bien, las bestias se hunden en el fango y el invierno pasado se dio el caso de caerse un borrico y perecer ahogado.

    Y no se le tolera –dice El Mercantil de La Línea- que se arrojen piedras para rellenar los baches.

    Lo que, cuando se hizo el Tratado de Utrecht, era poderosa razón estratégica, hoy no lo es, dado el gran adelanto en los medios de construir caminos militares, y así han debido entenderlo generales ilustres, por cuanto son varios los informes favorables a la construcción de la carretera, entre ellos el del general Luque, y los legisladores que en el Congreso aprobaron el proyecto, luego en el Senado se estanco, sin que pueda sacársele a flote.

    La comunicación con San Roque es, pues, un verdadero problema, que acaso podrá resolverse con la aviación. Intentarla hoy es exponer la vida de los ciudadanos y hacer imposible el transporte de los ricos productos que en el termino municipal de La Línea se cultivan; impedir el desarrollo de la industria pesquera, de que viven 3 000 familias de la aldea La Atunara, dependiente de La Línea; reducir la vida del comercio y la industria a lo puramente local, y encarecer las subsistencias, cuyos precios, por las enormes dificultades de arrastre, son hoy elevados, contrastando también notablemente con los que alcanzan en Gibraltar.

    Así, en La Línea no existe ya más contrabando que el del hambre, ejercido por las clases pobres, que van a la plaza vecina a comprar un poco de pan, café, azúcar y otros artículos de primera necesidad, que generalmente no logran pasar por la Aduana, a pesar de los medios ingeniosos que emplean, y de los cuales hablaré en otro artículo.

    La Línea, pues, no tiene más comunicación que por mar, puesto que para San Roque hay que emplear en el recorrido varias horas, y para cada carro, de forma especial, siete u ocho bestias.

    Mejorar aquella sería medida de buen gobierno y llevar a tan hermosa población el consuelo de que no ha cometido ningún delito para ser la Cenicienta de España. La mejora no es obra de romanos.

    Mientras se vence la resistencia a construir la carretera con San Roque, puede construirse un pequeño muelle de madera en el Espigón, habilitándolo para que un buque haga viajes a Algeciras con pasaje y carga.

    Las ventajas que, no solo La Línea, sino Algeciras, encontrarían en esta comunicación sería de gran importancia.

    Creo que el señor Besada, diputado por el distrito, está perfectamente enterado de esta aspiración de La Línea, a favor de la cual es de esperar que ponga su gran influencia…



HABILITACIÓN DE LA ADUANA


    Es otra de las mejoras que con insistencia ha pedido La Línea. La Aduana clasificada como de tercera entre las terrestres, tiene limitada su habilitación.

    Zona militar, además, La Línea, el comercio no puede dar salida a sus mercancías ni devolver siquiera lo que no venda o que, como ocurre con frecuencia, reciba equivocadas por descuido de las Casas remitentes.

    Habilitar la Aduana reportaría grandes ventajas, como facilidad en las transacciones, abaratamiento de las subsistencias, expansión mercantil, que hoy es imposible por lo reducido del margen comercial. Y aquí está todo lo que desea La Línea, que se daría por muy satisfecha con algo.

    ¿lo conseguirá, teniendo como tiene al padre alcalde?

    El ministro de Hacienda es quien puede decirlo como ministro y diputado por el distrito, y La Línea, de no conseguir beneficio alguno, quien puede decir también como Fernando VII al cosechero del cuento:

    -Guárdelo para mejor ocasión.

    Seria negar la evidencia que La Línea está necesitada de grandes reformas, entre ellas el alcantarillado; pero es de justicia reconocer que el Municipio hace bastante con atender decorosamente a las múltiples atenciones de la vida moderna con un presupuesto reducido.

    Asciende este a trescientas mil y pico de pesetas para una población de 32.000 almas, y como el municipio carece de bienes propios, láminas, montes, pastos, etc., claro es que tiene que sustituirlos con los arbitrios, de los cuales se han creado mayor número que en otras Corporaciones de igual categoría. Esos arbitrios pesan, naturalmente, sobre la industria y el comercio.

    Que algunos protestan, es ocioso decirlo; no llueva nunca a gusto de todos pero un Municipio que con ese dinero paga su contingente provincial y carcelario, la Casa-cuartel de la Guardia Civil, sostiene el Hospital, las escuelas locales y las del barrio la Atunara; atiende en fin, a todos los servicios con sus propios recursos, sin auxilio alguno del Estado, que por el contrario, para todos los efectos contributivos tiene a La Línea asimilada a la capital de provincia; un Municipio, digo en semejantes condiciones económicas es un Municipio que no puede hacer milagros.
                                                                                                                         
    Cumple su misión con administrar honradamente, como lo hace el de La Línea, compuesto de personalidades prestigiosas, que preside don José Cayetano Ramírez, otro político que no es de ayer y que también ha sacrificado a la política una posición creada a fuerza de trabajo.

    Resumen de todo lo expuesto. La Línea en lo político, lo económico y lo social, tiene todos los elementos necesario a todos los pueblos, pero falta solamente el calor del Estado, necesario a todos los pueblos, pero mucho más a los fronterizos, donde si a los de casa debe dárseles ocasión para que nos miren despectivamente, o por lo menos nos compadezcan.

                                                  GABAS, del Heraldo de Madrid, 1909.