Capítulo 50
RESEÑA HISTORICA DE LA LÍNEA DE LA CONCEPCIÓN.
Lema “PRO PATRIA”
PRIMER PREMIO, regalo de S. M. el Rey de España Don Alfonso XIII, en el
Concurso Literario celebrado en La Línea. Julio 1910.
Semejante a esas viejas casas solariegas,
antiguos palacios suntuosos teatros de fastuosas grandezas en un tiempo y hoy
convertidos en vulgares casas de vecindad, así estos arenales en que La Línea de la Concepción se asienta.
Su presente, por lo que al interés histórico se refiere, es insignificante; su
pasado, en cambio, es de una grandeza histórica y patriótica incomparable.
En calidad de pueblo constituido como tal, la
historia de La Línea está hecha en
media docena de renglones, puesto que es la población más joven del Campo de Gibraltar –y tal vez de toda
España- dado que su constitución oficial solo data del año 1870.
Hállase, por consiguiente, en los albores
de su existencia, pues cuarenta años de vida son para un pueblo quizás menos
edad que cuarenta minutos para la vida de un ser humano.
Calculase, por lo tanto, que historia puede
tener un recién nacido.
Inútil es repetir que esto se refiere a su
existencia oficial, pues ni que decir tiene que para luchar por su
independencia y no cejar en su noble empeño hasta conseguir su emancipación,
sacudiendo la tutela que sobre ella tenia la ciudad de San Roque, de la que antes de 1870
era una dependencia, algo así como un barrio, separado por una legua pero
barrio al fin, tenia ya La Línea que
existir y de hecho existía, modesta, insignificante aldea formada poco a poco,
según lo iban exigiendo las necesidades de la población de Gibraltar y la
conveniencia de los primitivos linenses, o linienses, que con su trabajo, con
su industria o con su comercio hallaban medios de vida atendiendo a esas
necesidades de los habitantes del histórico Peñón.
Y a esa existencia anterior a 1870 cuyos comienzos se pierden en la
brumosa lejanía de los tiempos vamos a dedicar la mayor parte de este breve
trabajo, volviendo luego a lo moderno, a lo reciente, a lo que todos conocemos,
para hacer ciertas deducciones que sirvan de provechosas demostraciones de que “LOS MUERTOS MANDAN”, no solamente en
el sentido en que aplica tal afirmación el popular autor de “ENTRE NARANJOS” limitándolo a los
prejuicios de castas y odios seculares que siembran el mal y cosechan la
destrucción, sino a la inversa, en pro de nobles ideales, como si aquellos que
fueron hubiesen dejado saturado el aire con la esencia de sus virtudes y
grandezas, para que al aspirarlo luego sus descendientes se asimilan siquiera
algo de aquel sublime espíritu de honradez y patriotismo.
Que este itsmo arenoso que une las dos
grandes moles llamadas Sierra Carbonera
y Peñón de Gibraltar, teniendo a un
lado las aguas de la Bahía y al otro las del Mediterráneo, y en la parte más
ancha del cual se levanta La Línea,
siempre tuvo moradores, pocos o muchos, pero habitantes al fin, cosa es que
está fuera de duda.
Las noticias más antiguas que se tienen de
ciudades fundadas en esta región, son las que se refiere a Calpe y a Carteia, la
primera en el Peñón y la segunda, de inmensa importancia, en el sitio llamado El Rocadillo junto a la desembocadura
del río Guadarranque, extendiéndose hasta muy cerca de Punta Mala.
Teniendo en cuenta la proximidad de ambas
poblaciones –aunque algunos historiadores
niegan la existencia de Calpe- y
fijándose también en la gran feracidad
de los terrenos de esta comarca y la inmensa importancia de sus pesquerías, no
es aventurado suponer que, si bien no constituyendo pueblo, debieron existir no
pocas residencias de agricultores, pescadores, etc. Siendo estos los primeros
habitantes del lugar hoy llamado Línea
de la Concepción, aunque avanzando al tiempo llegasen a desaparecer todos
para al cabo de algunos siglos ser reemplazados por otros moradores,
explotadores también de los famosos productos de su suelo y de la abundancia de
la pesca en sus costas.
Corrobora esto la afirmación de que cuando
por primera vez llegaron los moros a Gibraltar, a mediados del siglo octavo,
hallaron cabañas de pescadores. Y existiendo tales cabañas en Gibraltar, lógico
es suponer que también debía haberlas, y aun en mayor número quizás, en este itsmo
de arena, tanto por la parte de la bahía como por la del Mediterráneo, por ser
sitios más indicados para la pesca.
En poder Gibraltar de los moros por espacio
de cerca de seis siglos puédese igualmente suponer que, bien juntamente con los
antiguos moradores, o bien solos, seguirían explotando estas riquezas
naturales, constituyendo la segunda rama de los que andando el tiempo habían de
llamarse linenses. (Entendiéndose bien que en calidad de
habitantes de la comarca y no como generación productora de las sucesivas.)
Reconquistado valerosamente Gibraltar en 1309 por el inmortal héroe
de Tarifa don Alonso Pérez de Guzmán,
el Bueno, para su rey y señor Fernando IV, este monarca asignó a la
plaza trescientos vecinos, a los que concedió especiales privilegios.
El haber tenido que rendirse la plaza a los
moros, por hambre, veinticuatro años después, ofrece otra prueba de que la
mayor parte de la explotación agrícola hacíanse en estos terrenos y no en los
de la plaza. Y a mayor abundamiento téngase en cuenta que el sitio puesto por
los moros al mando del Príncipe
Abdul-Malik duró solo cuatro meses y medio.
A partir de este tiempo debió permanecer
este istmo deshabitado por completo y abandonadas la agricultura y la pesquería,
por cuanto la guerra se enseñoreó de su suelo prolongadamente.
En Julio del mismo año de 1333, aquel insigne monarca que se
llamó Alfonso XI puso sitio a la
plaza de Gibraltar, el cual tuvo con harto sentimiento que levantar unos dos
meses y medio después, pactando una tregua de cuatro años.
Este mismo valeroso rey, depuse de ganar la
famosísima batalla del Selado en 1340 y conquistar Algeciras en 1344 después de dos años de penoso y
porfiado sitio, puso cerco a Gibraltar en 1349,
“comenzando –dice un historiador- por quemar y talar las huertas y sembrados de
sus cercanías para privar a los sitiados de vituallas.”
Aquí vemos otra vez jugando importante
papel el terreno en que al cabo de cinco siglos había de amentarse la Línea,
después de ser teatro incesante de luchas épicas y mudo testigo de heroicidades
sin cuento.
Holló con sus plantas estas arenas el onceno Alfonso, el rey-héroe; aquí
en este istmo sucumbió víctima de la peste el 26 de marzo de 1350 a la temprana edad de38 años, y aquí también
fue jurado rey de Castilla y León su hijo don Pedro I, aquel no menos ilustre
monarca, cruel según unos y justiciero según otros.
A este desgraciado sitio, quinto de los
sufridos por Gibraltar, siguió otro, puesto por el rey de Marruecos; luego el
séptimo por los españoles mandados por el Conde de Niebla, que tan trágico fin
tuvo en su patriótica empresa, y por último, el octavo por el Alcalde de Tarifa
don Alonso de Arcos quién logró
conquistar la plaza.
El noveno sitio, españoles contra
españoles, fue puesto por el Duque de
Medina Sidonia, consiguiendo hacerse dueño de Gibraltar, propiedad en que
le confirmaron primero Enrique IV y
luego Isabel la Católica, no
obstante lo cual poco después quedó incorporada de nuevo a la corona. A la
muerte de Isabel, el tercer Duque de
Medina Sidonia sitia la plaza, pero tiene que levantar el cerco sin
rendirla.
Sigue a esto el saqueo de Gibraltar por los
turcos mandados por el feroz renegado italiano general Caramani. Por cierto que con referencia a este sangriento
ataque, acto horrible de piratería, consigna la historia que estos mismos
turcos llegaron seguidamente a Puente
Mayorga, “donde destrozaron las
bodegas de la población y pillaron cuanto les venia a las manos corriéndose
muchos por las viñas cercanas”.
Esto indica que otra vez había vida por
estos lugares.
Durante todos los sitios mencionados este
istmo fue de nuevo teatro de encarnizadas luchas y sus arenas volvieron a
empaparse en sangre española, de esforzados héroes.
Otro monarca, Felipe IV, posó sus plantas en estos lugares, en su visita a
Gibraltar en 1624, visita que solo
duró veinticuatro horas.
Gibraltar, y por consiguiente estas sus cercanías,
disfrutaron de tranquilidad durante buen número de años, hasta el memorable de 1704 en que sitiada la plaza por mar y
por tierra por las fuerzas anglo-holandesas mandadas las navales por el Almirante Rooke y las terrestres por el
Príncipe de Hesse-Darmstadt tuvo que
capitular su insigne Gobernador don
Diego de Salinas, después de una heroica defensa de su guarnición compuesta
de ochenta soldados, a los que se
unieron unos cuatrocientos paisanos,
contra sesenta buques de guerra con
un total de 3 348 cañones y 20 808 hombres.
Acto asombroso de patriotismo, por nadie
ignorado, fue el que realizaron los vecinos de Gibraltar abandonando su pueblo
y sus bienes por no sufrir el yugo extranjero. De aquella tristemente celebre
fecha data la formación de San Roque,
los Barrios y Algeciras, no siendo de suponer que en aquellos días de
hostilidades se quedase ninguno en este istmo en el que habían desembarcado
tres mil hombres al mando del citado Príncipe
de Hesse-Darmstadt.
Ya en los sitios duodécimos y décimo
tercero puestos a la plaza, respectivamente, por el marques de Villadarias en 1704
y por el Conde de las Torres en 1727, sobre todo durante este último,
es de presumir acudiese alguna gente, tanto para negociar con la venta de
artículos a las tropas como para tomar parte en la construcción de las muchas baterías
que se levantaron, y atrevidas trincheras, algunas de las cuales estaban
sumamente cercanas al Peñón, como la que se extendía desde la Torre del Diablo hasta la Laguna, pues la cesión consignada en
el Tratado de paz de Utrecht no daba
a los ingleses ni un metro de terreno de La
Línea del Bayside Barrier para
acá, terminando, pues, la extensión de la fortaleza en las puertas de hierro
que se cierran a la hora del cañonazo de la tarde.
El décimo
cuarto sitio de Gibraltar, tercero que los españoles ponían a la plaza
desde su perdida en 1704, comenzó el
28 de febrero de 1727 y duró seis
meses.
Por último cerró la lista de tan
continuadas y sangrientas luchas el “gran
sitio” así llamado tanto por su duración que fue de tres años, siete meses y doce días, como por el número de
fuerzas puestas en juego y defensas
construidas en este que pudiéramos llamar solar de La Línea.
Como no es del caso relatar los
acontecimientos verdaderamente grandiosos de aquel memorable último intento por
recuperar la plaza de Gibraltar, bastará para el objeto de esta reseña
consignar tan solo aquello que pueda tener relación con los comienzos, o
preparación para ellos, del pueblo de La Línea fundado sobre las ruinas de
aquellas formidables defensas que comenzaban en El Rocadillo, desembocadura del Guadarranque, y se extendían por
toda la costa cruzando este istmo de Poniente a Levante y teniendo como último baluarte el fuerte de La Atunara.
A la interesante historia que de aquel gran
sitio escribió un testigo y actor del mismo, el Capitán Brinkwater, acompañan vistas y planos en los que se
detallan todas las fortificaciones españolas mencionadas, sin que aparezca en
esta parte de la Línea señal alguna de poblado.
Esto
era de 1779 a 1783. en el Rocadillo
había una batería y entre esta y otra próxima a Puente Mayorga varias defensas y un depósito de material de guerra.
Entre Puente Mayorga y Punta Mala un muelle de desembarco y entre este muelle y Punta Mala, a la mitad del trayecto del Campamento a la playa, un gran hospital.
El campamento
español ocupaba el sitio que hoy la pintoresca aldea del mismo nombre.
En Punta
Mala se erguía un gran fuerte, y a espalda suyas, entre el campamento y el Cachón, el Parque de Artillería. Poco
más acá del Cachón estaba la batería de Tessé, y siguiendo la costa,
ya cerca del castillo de San Felipe la
batería del Negro.
La línea de fortificaciones que cerraba el
istmo comenzaba con el citado fuerte de San
Felipe y terminaba con el de Santa Bárbara
a orillas del Mediterráneo, pero no en línea recta, sino en forma escalonada y
avanzando por el centro hacia Gibraltar, llegando por Levante hasta el sitio en
que hoy está la línea de centinelas ingleses, y por Poniente hasta mucho más
adentro, pues alcanzaba hasta la mediación de los jardines llamados hoy Victoria. Además, en la plaza de
Levante estaba el fuerte Tunara.
Marcan los referidos planos del libro de Brinkwater, en el sitio que
hoy ocupa La Línea, más cerca de San Felipe que de Santa Bárbara, unos extensos
jardines y huertas, pero sin
indicación de vivienda alguna.
Terminando el sitio que tantas vidas costó,
volviendo estas arenas a empaparse en sangre de héroes, entre los que descuella
el notable poeta Coronel don José
Cadalso –cuyo nombre lleva una calle
de La Línea- muerto a los
cuarenta y un años de edad por un casco de granada que le llevó parte de la
cabeza, pues siempre peleaba en los sitios de más peligro, uniendo así su
inmortalidad como poeta ilustre la inmortalidad del héroe, es de creer que con
el cese de las hostilidades acudiesen a estos lugares gente venida de los
pueblos próximos bien a negociar, bien con carácter aventurero.
El ejercito recogió todo el material de las
fortificaciones avanzadas y se retiró tras las líneas principales, cuyos restos
aun se ven a todo lo ancho del istmo.
Una
caseta en San Felipe y otra en Santa
Bárbara ocupa el sitio de dos cuerpos de guardia que estaban situados entre
las murallas de La Línea propiamente
dicha y las fortificaciones avanzadas. Unas ruinas que se ven en la banqueta de Santa Bárbara, cerca de la
carretera, son las de otro cuerpo de guardia de mayor importancia que los dos
ya dichos pues estaba fortificado.
Aunque desde luego es lógico suponer que
tras estas fortificaciones se fueran estableciendo provisionalmente algunos
paisanos, debieron sumar estos escaso número por necesitarse todo el terreno
para atenciones militares.
No debe, pues, arrancar de esta época, como
algunos autores han supuesto, la formación, o mejor dicho, el modesto comienzo
de la que andando el tiempo había de llegar a ser población de más de 30 000 almas.
Más racional es suponer, y desde luego
puede afirmarse, que la verdadera creación de la aldea data de los años que
siguieron a la total destrucción de los fuertes por los ingleses y los españoles
en 1811, ante el temor de que fuesen
ocupados por los franceses cuando en su avance por esta región llegaron hasta
cerca de San Roque. Los habitantes
del Campo de Gibraltar se
defendieron con el tesón que era de esperar de la sangre de los descendientes
de aquellos héroes contemporáneos del P.
Romero.
Desde esta época ya no se interrumpió la
paz y los habitantes de esta región pudieron dedicarse tranquilamente al
comercio y la industria, volviendo a ser su principal riqueza la agricultura y
la pesca.
En constantes relaciones Gibraltar y San Roque, la consecuencia lógica fue el estrechar las distancias
aquellos que con los vecinos de Gibraltar comerciaban y poco a poco lo que
comenzó por unas cuantas casas aisladas, residencias de hortelanos, fue
aumentando hasta constituir una aldea, a la que ya no titubearon en agregarse
algunos extranjeros –genoveses, portugueses y súbditos británicos- aldea que
era considerada como una barriada de la ciudad de San Roque.
Las edificaciones fueron hechas en la parte
de acá de La Línea de lo que fueron
murallas, pero la explotación agrícola se hacía también en todo el Campo Neutral, que llegaba hasta La Laguna de Gibraltar, abarcando toda
la llanura denominada hoy Puerta de
Tierra, donde había numerosas huertas
como igualmente en las hoy banquetas de
Santa Bárbara y San Felipe, pues la cesión de Gibraltar hecha por España a
Inglaterra en el articulo y del celebre Tratado
de Utrecht, no concedía a la plaza terreno alguno fuera de sus muros.
En
1828 la fiebre amarilla azotó a Gibraltar desde principios de septiembre
hasta casi fines de diciembre causando 1677
víctimas, y el Gobierno español no solo consintió en que la población
calpense acampara en el Campo Neutral
–desde luego las clases pobres- sino
que el Soberano de España donó diez mil
fanegas de trigo para la alimentación de aquellos infelices.
La
epidemia terminó, pero no así la ocupación de dicho terreno neutral que dura
todavía al cabo de ochenta y dos años.
La población de La Línea debía ser entonces muy reducida o quedó libre de la
epidemia citada, pues al ocuparse de está ningún autor la menciona.
Jugó, sí, un papel histórico
importantísimo, pues gracias a su existencia no pudieron los ingleses avanzar
más en el istmo y tuvieron que detenerse en sus limites actuales, por la
necesidad de dejar una faja neutral entre sus avanzadas y este primer poblado
de España que tenían enfrente.
De no haber existido La Línea, tal vez a estas horas los centinelas ingleses se pasarían
más allá de Campamento; esto seria
una gran ciudad y la plaza estaría ocupada exclusivamente por los militares,
sueño dorado del Gobierno Británico.
Pero este istmo tantas veces regado con
generosa sangre española estaba destinado por Dios a seguir siendo español
siempre y la misión para tan noble y patriótico fin cupo en suerte a La Línea desempeñarla.
Mientras San
Roque y Algeciras se disputaban la jefatura del Campo de Gibraltar, sin preocuparse más que de sus intereses particulares, La Línea con su aumento paulatino defendía
los intereses de la patria.
Insignificante, pobre y olvidada pudo
haberse hecho inglesa, o por lo menos, haberlo intentado; pero no solo no lo
hizo, sino que en todo momento demostró
su españolismo, sin dejarse ni aun influir por el espíritu británico.
¡No
en balde estas arenas están formadas por el polvo de los huesos de tanto héroe
español y su ambiente saturado de aquel aliento de honradez, valor y
patriotismo que animaba a los que sucumbieron ante los muros de Gibraltar!
Así fue creciendo, hasta que en 1870 y tras una larga lucha por
emanciparse de San Roque, consiguió,
al fin, sus nobles propósitos de quedar convertida en Villa independiente, con
su Ayuntamiento y demás autoridades propias, y administrar por sí misma sus
bienes.
Tan memorable hecho acaeció el 20 de julio del citado año, y su primer
Ayuntamiento lo constituyeron los señores don
Lutgardo López Muñoz –Alcalde-, don Andrés
Herrera Gutiérrez –segundo Alcalde-,
don Juan Cano Domínguez –Sindico-, y
Concejales don Antonio Bernal Sánchez,
don Manuel Blanco Jiménez, don José Morales Barragán, don Manuel Cabello Reyes,
don Pedro Calvino Prados, don Luis Ramírez Galuzo, don Pablo Soler Palazón y
don Pedro Guerrero Roldan.
Este primer Ayuntamiento constituido con
carácter provincial, siguió actuando hasta 1º
de febrero de 1872, fecha en que se constituyó el Ayuntamiento
Constitucional efectivo formado por los siguientes señores, según consta en una
lápida de mármol fijada en uno de los muros del Salón de Sesiones de la Casa
Capitular:
1º Alcalde Don José Peón Fernández.
1º Teniente
Alcalde, Don Luis Ramírez Galuzo.
2º Teniente
Alcalde, Don José Luis Ramírez Galuzo.
Sindico, don Pedro Garcia Castro.
Concejales, don Antonio Bernal Sánchez, don Pedro
Guerrero Roldán, don José Amaya Delgado, don Genaro Noguera Pérez, don
Francisco Arroyo Ramírez, don Ramón Conde Yseta, y don Juan M. Sánchez Herrera,
y Secretario don Enrique Carreño Pérez.
Muerto
repentinamente el mismo día de la toma de posesión el Alcalde don José Peón Fernández, ocupó la Alcaldía
don Luis Ramírez Galuzo.
Desde la fecha de su emancipación comenzó
para La Línea una nueva era de
prosperidad, aumentando rápidamente las construcciones de casas de mampostería
en sustitución de las primitivas de madera.
A la antigua Capilla que existía en la hoy Plaza de Alfonso XIII, en el sitio
donde desemboca la calle de San José
recientemente abierta y que tenia adjunto el Cementerio, sucedieron una nueva
necrópolis –hoy también sustituida por el amplio y hermoso Cementerio de San José- y una nueva iglesia ya con carácter de
Parroquial, que es la existente, solemnemente bendecida el 8 de Diciembre de 1879, día de la Purísima Concepción, bajo cuya
advocación se puso y de la cual tomó su nombre la Villa, antiguamente llamada
en los documentos oficiales Línea de
Gibraltar.
Su importancia fue en aumento con la creación
del Gobierno Militar y edificación de local para el mismo, Aduana,
Cuartel de Infantería, Plaza de Toros, buenos edificios particulares, estación
de Telégrafo, Correo, amplia Plaza de Abastos, etc. Etc. Y ya en tiempos
más cercanos paseos y teatros, calles adoquinadas y alumbrado eléctrico.
Dos épocas ha tenido la Línea de la Concepción en que la
prosperidad ha sido verdaderamente excepcional; la primera en remotos años, que
pasaron para no volver, en que el tráfico fraudulento con Gibraltar fue grande
dando motivo a la injusta fama que sufrió por mucho tiempo, y la segunda, la en
que se construyeron en la vecina plaza los grandes diques y extensos muelles,
obras en que tuvieron ocupación tantos españoles venidos de todos los puntos de
la Península que hicieron aumentar la población a más de 40 000 almas.
Hoy todo ello ha desaparecido, pero ha
dejado como herencia no pocas industrias y una población moderna y amplia, y
sigue teniendo como vecindario normal los muchos españoles que en Gibraltar
tienen ocupación y gran número de familias gibraltareñas que huyendo de la carestía
e incomodidad de las viviendas en aquella plaza han fijado aquí su residencia.
La agricultura, por mucho tiempo limitada a
la explotación de unas cuantas huertas, acaba de ser objeto de la merecida
atención por parte de personas emprendedoras, de las que son de esperar grandes
adelantos, y tal vez a la vuelta de pocos años se cree una riqueza agrícola que
recuerda la de pasados tiempos que el historiador
Ayala describe en esta forma refiriéndose a Gibraltar, aunque desde luego
se entiende que a su término:
“Era
ciudad abundantísima, y tenia para sí de su cosecha más de lo que había
menester de todos los frutos de la tierra, excepto aceite que por poca
curiosidad de los vecinos no lo había”
“Trigo cogía el que había menester, pero de
ordinario no les bastaba la cosecha, porque no sembraban todas las tierras que podían
darlo, ni aun la tercera parte de ellas”
“Era
ciudad abundantísima de todo género de ganado vacuno y de cerda, carneros y
cabras; tanto que este era el principal caudal y granjería de las personas
ricas, conforme a la máxima de los antiguos, cuyos únicos o principales
caudales fueron los ganados”
“proveíanse
de esta ciudad para sus carnicerías muchas ciudades y aun con los bueyes que se
llevaban de ella, se labraba una gran parte de Andalucía y alguna del reino de
Toledo”
“Sobre todo
fue larga y copiosísima la cosecha de vinos excelentes que se cargaban para
Flandes, Inglaterra, Francia y muchas partes de España”
De las pesquerías hace análogas
manifestaciones, añadiendo que: “fueron
famosos en los países de Grecia, Italia y otros, los salvamentos de la antigua
Carteia.”
Así como por su propio esfuerzo La Línea ha llegado a ser lo que es, no
obstante haber estado siempre no solo abandonada sino aun maltratada por los Gobiernos, ¡quién sabe a donde podrá
llegar aun con las orientaciones actuales y forzada por la necesidad de buscar
en sí misma y en sus fértiles terrenos los medios de vida que antes obtenía de
Gibraltar y que hoy van siendo cada vez menores!
Por
su patriotismo, su significación, sun honradez y su laboriosidad, no hay duda
que La Línea de la Concepción podrá llegar a ser lo que se proponga.
España y sobre todo los Gobiernos deben
acabar ya de una vez de sacudir los infundados y hasta cierto punto ridículos
prejuicios, movidos por los cuales han combatido a La Línea, y ayudar a este pueblo para el logro de sus aspiraciones.
Por
decoro nacional debe ser protegida La Línea de la Concepción, pues esta es la
ventana por donde se asoman a España los miles y miles de extranjeros que
durante el año pasan por Gibraltar.
Enrique Gómez de La Mata