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domingo, 10 de marzo de 2013

Reseña Histórica de La Línea de Concepción por Enrique Gómez de la Mata 1910









Capítulo 50





RESEÑA HISTORICA DE LA LÍNEA DE LA CONCEPCIÓN.
                                
Lema “PRO PATRIA”

           PRIMER PREMIO, regalo de S. M. el Rey de España Don Alfonso XIII, en el Concurso Literario celebrado en La Línea. Julio 1910.


    Semejante a esas viejas casas solariegas, antiguos palacios suntuosos teatros de fastuosas grandezas en un tiempo y hoy convertidos en vulgares casas de vecindad, así estos arenales en que La Línea de la Concepción se asienta. Su presente, por lo que al interés histórico se refiere, es insignificante; su pasado, en cambio, es de una grandeza histórica y patriótica incomparable.

    En calidad de pueblo constituido como tal, la historia de La Línea está hecha en media docena de renglones, puesto que es la población más joven del Campo de Gibraltar –y tal vez de toda España- dado que su constitución oficial solo data del año 1870.

    Hállase, por consiguiente, en los albores de su existencia, pues cuarenta años de vida son para un pueblo quizás menos edad que cuarenta minutos para la vida de un ser humano.

    Calculase, por lo tanto, que historia puede tener un recién nacido.

    Inútil es repetir que esto se refiere a su existencia oficial, pues ni que decir tiene que para luchar por su independencia y no cejar en su noble empeño hasta conseguir su emancipación, sacudiendo la tutela que sobre ella tenia la ciudad de San Roque, de la que antes de 1870 era una dependencia, algo así como un barrio, separado por una legua pero barrio al fin, tenia ya La Línea que existir y de hecho existía, modesta, insignificante aldea formada poco a poco, según lo iban exigiendo las necesidades de la población de Gibraltar y la conveniencia de los primitivos linenses, o linienses, que con su trabajo, con su industria o con su comercio hallaban medios de vida atendiendo a esas necesidades de los habitantes del histórico Peñón.



    Y a esa existencia anterior a 1870 cuyos comienzos se pierden en la brumosa lejanía de los tiempos vamos a dedicar la mayor parte de este breve trabajo, volviendo luego a lo moderno, a lo reciente, a lo que todos conocemos, para hacer ciertas deducciones que sirvan de provechosas demostraciones de que “LOS MUERTOS MANDAN”, no solamente en el sentido en que aplica tal afirmación el popular autor de “ENTRE NARANJOS” limitándolo a los prejuicios de castas y odios seculares que siembran el mal y cosechan la destrucción, sino a la inversa, en pro de nobles ideales, como si aquellos que fueron hubiesen dejado saturado el aire con la esencia de sus virtudes y grandezas, para que al aspirarlo luego sus descendientes se asimilan siquiera algo de aquel sublime espíritu de honradez y patriotismo.


                                                

    Que este itsmo arenoso que une las dos grandes moles llamadas Sierra Carbonera y Peñón de Gibraltar, teniendo a un lado las aguas de la Bahía y al otro las del Mediterráneo, y en la parte más ancha del cual se levanta La Línea, siempre tuvo moradores, pocos o muchos, pero habitantes al fin, cosa es que está fuera de duda.

    Las noticias más antiguas que se tienen de ciudades fundadas en esta región, son las que se refiere a Calpe y a Carteia, la primera en el Peñón y la segunda, de inmensa importancia, en el sitio llamado El Rocadillo junto a la desembocadura del río Guadarranque, extendiéndose hasta muy cerca de Punta Mala.

    Teniendo en cuenta la proximidad de ambas poblaciones –aunque algunos historiadores niegan la existencia de Calpe- y fijándose también  en la gran feracidad de los terrenos de esta comarca y la inmensa importancia de sus pesquerías, no es aventurado suponer que, si bien no constituyendo pueblo, debieron existir no pocas residencias de agricultores, pescadores, etc. Siendo estos los primeros habitantes del lugar hoy llamado Línea de la Concepción, aunque avanzando al tiempo llegasen a desaparecer todos para al cabo de algunos siglos ser reemplazados por otros moradores, explotadores también de los famosos productos de su suelo y de la abundancia de la pesca en sus costas.

    Corrobora esto la afirmación de que cuando por primera vez llegaron los moros a Gibraltar, a mediados del siglo octavo, hallaron cabañas de pescadores. Y existiendo tales cabañas en Gibraltar, lógico es suponer que también debía haberlas, y aun en mayor número quizás, en este itsmo de arena, tanto por la parte de la bahía como por la del Mediterráneo, por ser sitios más indicados para la pesca.

    En poder Gibraltar de los moros por espacio de cerca de seis siglos puédese igualmente suponer que, bien juntamente con los antiguos moradores, o bien solos, seguirían explotando estas riquezas naturales, constituyendo la segunda rama de los que andando el tiempo habían de llamarse linenses. (Entendiéndose bien que en calidad de habitantes de la comarca y no como generación productora de las sucesivas.)

    Reconquistado valerosamente Gibraltar en 1309 por el inmortal héroe de Tarifa don Alonso Pérez de Guzmán, el Bueno, para su rey y señor Fernando IV, este monarca asignó a la plaza trescientos vecinos, a los que concedió especiales privilegios.

    El haber tenido que rendirse la plaza a los moros, por hambre, veinticuatro años después, ofrece otra prueba de que la mayor parte de la explotación agrícola hacíanse en estos terrenos y no en los de la plaza. Y a mayor abundamiento téngase en cuenta que el sitio puesto por los moros al mando del Príncipe Abdul-Malik duró solo cuatro meses y medio.

    A partir de este tiempo debió permanecer este istmo deshabitado por completo y abandonadas la agricultura y la pesquería, por cuanto la guerra se enseñoreó de su suelo prolongadamente.

    En Julio del mismo año de 1333, aquel insigne monarca que se llamó Alfonso XI puso sitio a la plaza de Gibraltar, el cual tuvo con harto sentimiento que levantar unos dos meses y medio después, pactando una tregua de cuatro años.
    Este mismo valeroso rey, depuse de ganar la famosísima batalla del Selado en 1340 y conquistar Algeciras en 1344 después de dos años de penoso y porfiado sitio, puso cerco a Gibraltar en 1349, “comenzando –dice un historiador- por quemar y talar las huertas y sembrados de sus cercanías para privar a los sitiados de vituallas.”

    Aquí vemos otra vez jugando importante papel el terreno en que al cabo de cinco siglos había de amentarse la Línea, después de ser teatro incesante de luchas épicas y mudo testigo de heroicidades sin cuento.

    Holló con sus plantas estas arenas el onceno Alfonso, el rey-héroe; aquí en este istmo sucumbió víctima de la peste el 26 de marzo de 1350 a la temprana edad de38 años, y aquí también fue jurado rey de Castilla y León su hijo don Pedro I, aquel no menos ilustre monarca, cruel según unos y justiciero según otros.

    A este desgraciado sitio, quinto de los sufridos por Gibraltar, siguió otro, puesto por el rey de Marruecos; luego el séptimo por los españoles mandados por el Conde de Niebla, que tan trágico fin tuvo en su patriótica empresa, y por último, el octavo por el Alcalde de Tarifa don Alonso de Arcos quién logró conquistar la plaza.

    El noveno sitio, españoles contra españoles, fue puesto por el Duque de Medina Sidonia, consiguiendo hacerse dueño de Gibraltar, propiedad en que le confirmaron primero Enrique IV y luego Isabel la Católica, no obstante lo cual poco después quedó incorporada de nuevo a la corona. A la muerte de Isabel, el tercer Duque de Medina Sidonia sitia la plaza, pero tiene que levantar el cerco sin rendirla.

    Sigue a esto el saqueo de Gibraltar por los turcos mandados por el feroz renegado italiano general Caramani. Por cierto que con referencia a este sangriento ataque, acto horrible de piratería, consigna la historia que estos mismos turcos llegaron seguidamente a Puente Mayorga, “donde destrozaron las bodegas de la población y pillaron cuanto les venia a las manos corriéndose muchos por las viñas cercanas”.

    Esto indica que otra vez había vida por estos lugares.

    Durante todos los sitios mencionados este istmo fue de nuevo teatro de encarnizadas luchas y sus arenas volvieron a empaparse en sangre española, de esforzados héroes.

    Otro monarca, Felipe IV, posó sus plantas en estos lugares, en su visita a Gibraltar en 1624, visita que solo duró veinticuatro horas.

    Gibraltar, y por consiguiente estas sus cercanías, disfrutaron de tranquilidad durante buen número de años, hasta el memorable de 1704 en que sitiada la plaza por mar y por tierra por las fuerzas anglo-holandesas mandadas las navales por el Almirante Rooke y las terrestres por el Príncipe de Hesse-Darmstadt tuvo que capitular su insigne Gobernador don Diego de Salinas, después de una heroica defensa de su guarnición compuesta de ochenta soldados, a los que se unieron unos cuatrocientos paisanos, contra sesenta buques de guerra con un total de 3 348 cañones y 20 808 hombres.

    Acto asombroso de patriotismo, por nadie ignorado, fue el que realizaron los vecinos de Gibraltar abandonando su pueblo y sus bienes por no sufrir el yugo extranjero. De aquella tristemente celebre fecha data la formación de San Roque, los Barrios y Algeciras, no siendo de suponer que en aquellos días de hostilidades se quedase ninguno en este istmo en el que habían desembarcado tres mil hombres al mando del citado Príncipe de Hesse-Darmstadt.

    Ya en los sitios duodécimos y décimo tercero puestos a la plaza, respectivamente, por el marques de Villadarias en 1704 y por el Conde de las Torres en 1727, sobre todo durante este último, es de presumir acudiese alguna gente, tanto para negociar con la venta de artículos a las tropas como para tomar parte en la construcción de las muchas baterías que se levantaron, y atrevidas trincheras, algunas de las cuales estaban sumamente cercanas al Peñón, como la que se extendía desde la Torre del Diablo hasta la Laguna, pues la cesión consignada en el Tratado de paz de Utrecht no daba a los ingleses ni un metro de terreno de La Línea del Bayside Barrier para acá, terminando, pues, la extensión de la fortaleza en las puertas de hierro que se cierran a la hora del cañonazo de la tarde.

    El décimo cuarto sitio de Gibraltar, tercero que los españoles ponían a la plaza desde su perdida en 1704, comenzó el 28 de febrero de 1727 y duró seis meses.

    Por último cerró la lista de tan continuadas y sangrientas luchas el “gran sitio” así llamado tanto por su duración que fue de tres años, siete meses y doce días, como por el número de fuerzas puestas en juego y defensas construidas en este que pudiéramos llamar solar de La Línea.

    Como no es del caso relatar los acontecimientos verdaderamente grandiosos de aquel memorable último intento por recuperar la plaza de Gibraltar, bastará para el objeto de esta reseña consignar tan solo aquello que pueda tener relación con los comienzos, o preparación para ellos, del pueblo de La Línea fundado sobre las ruinas de aquellas formidables defensas que comenzaban en El Rocadillo, desembocadura del Guadarranque, y se extendían por toda la costa cruzando este istmo de Poniente a Levante y teniendo como último baluarte el fuerte de La Atunara.

    A la interesante historia que de aquel gran sitio escribió un testigo y actor del mismo, el Capitán Brinkwater, acompañan vistas y planos en los que se detallan todas las fortificaciones españolas mencionadas, sin que aparezca en esta parte de la Línea señal alguna de poblado.

    Esto era de 1779 a 1783. en el Rocadillo había una batería y entre esta y otra próxima a Puente Mayorga varias defensas y un depósito de material de guerra. Entre Puente Mayorga y Punta Mala un muelle de desembarco y entre este muelle y Punta Mala, a la mitad del trayecto del Campamento a la playa, un gran hospital.

    El campamento español ocupaba el sitio que hoy la pintoresca aldea del mismo nombre.

    En Punta Mala se erguía un gran fuerte, y a espalda suyas, entre el campamento y el Cachón, el Parque de Artillería. Poco más acá del Cachón estaba la batería de Tessé, y siguiendo la costa, ya cerca del castillo de San Felipe la batería del Negro.

    La línea de fortificaciones que cerraba el istmo comenzaba con el citado fuerte de San Felipe y terminaba con el de Santa Bárbara a orillas del Mediterráneo, pero no en línea recta, sino en forma escalonada y avanzando por el centro hacia Gibraltar, llegando por Levante hasta el sitio en que hoy está la línea de centinelas ingleses, y por Poniente hasta mucho más adentro, pues alcanzaba hasta la mediación de los jardines llamados hoy Victoria. Además, en la plaza de Levante estaba el fuerte Tunara.

    Marcan los referidos planos del libro de Brinkwater, en el sitio que hoy ocupa La Línea, más cerca de San Felipe que de Santa Bárbara, unos extensos jardines y huertas, pero sin indicación de vivienda alguna.

    Terminando el sitio que tantas vidas costó, volviendo estas arenas a empaparse en sangre de héroes, entre los que descuella el notable poeta Coronel don José Cadalsocuyo nombre lleva una calle de La Línea- muerto a los cuarenta y un años de edad por un casco de granada que le llevó parte de la cabeza, pues siempre peleaba en los sitios de más peligro, uniendo así su inmortalidad como poeta ilustre la inmortalidad del héroe, es de creer que con el cese de las hostilidades acudiesen a estos lugares gente venida de los pueblos próximos bien a negociar, bien con carácter aventurero.

    El ejercito recogió todo el material de las fortificaciones avanzadas y se retiró tras las líneas principales, cuyos restos aun se ven a todo lo ancho del istmo.

    Una caseta en San Felipe y otra en Santa Bárbara ocupa el sitio de dos cuerpos de guardia que estaban situados entre las murallas de La Línea propiamente dicha y las fortificaciones avanzadas. Unas ruinas que se ven en la banqueta de Santa Bárbara, cerca de la carretera, son las de otro cuerpo de guardia de mayor importancia que los dos ya dichos pues estaba fortificado.

    Aunque desde luego es lógico suponer que tras estas fortificaciones se fueran estableciendo provisionalmente algunos paisanos, debieron sumar estos escaso número por necesitarse todo el terreno para atenciones militares.

    No debe, pues, arrancar de esta época, como algunos autores han supuesto, la formación, o mejor dicho, el modesto comienzo de la que andando el tiempo había de llegar a ser población de más de 30 000 almas.

    Más racional es suponer, y desde luego puede afirmarse, que la verdadera creación de la aldea data de los años que siguieron a la total destrucción de los fuertes por los ingleses y los españoles en 1811, ante el temor de que fuesen ocupados por los franceses cuando en su avance por esta región llegaron hasta cerca de San Roque. Los habitantes del Campo de Gibraltar se defendieron con el tesón que era de esperar de la sangre de los descendientes de aquellos héroes contemporáneos del P. Romero.

    Desde esta época ya no se interrumpió la paz y los habitantes de esta región pudieron dedicarse tranquilamente al comercio y la industria, volviendo a ser su principal riqueza la agricultura y la pesca.

    En constantes relaciones Gibraltar y San Roque, la consecuencia lógica fue el estrechar las distancias aquellos que con los vecinos de Gibraltar comerciaban y poco a poco lo que comenzó por unas cuantas casas aisladas, residencias de hortelanos, fue aumentando hasta constituir una aldea, a la que ya no titubearon en agregarse algunos extranjeros –genoveses, portugueses y súbditos británicos- aldea que era considerada como una barriada de la ciudad de San Roque.

    Las edificaciones fueron hechas en la parte de acá de La Línea de lo que fueron murallas, pero la explotación agrícola se hacía también en todo el Campo Neutral, que llegaba hasta La Laguna de Gibraltar, abarcando toda la llanura denominada hoy Puerta de Tierra, donde había numerosas huertas como igualmente en las hoy banquetas de Santa Bárbara y San Felipe, pues la cesión de Gibraltar hecha por España a Inglaterra en el articulo y del celebre Tratado de Utrecht, no concedía a la plaza terreno alguno fuera de sus muros.

    En 1828 la fiebre amarilla azotó a Gibraltar desde principios de septiembre hasta casi fines de diciembre causando 1677 víctimas, y el Gobierno español no solo consintió en que la población calpense acampara en el Campo Neutral –desde luego las clases pobres- sino que el Soberano de España donó diez mil fanegas de trigo para la alimentación de aquellos infelices.

    La epidemia terminó, pero no así la ocupación de dicho terreno neutral que dura todavía al cabo de ochenta y dos años.

    La población de La Línea debía ser entonces muy reducida o quedó libre de la epidemia citada, pues al ocuparse de está ningún autor la menciona.

    Jugó, sí, un papel histórico importantísimo, pues gracias a su existencia no pudieron los ingleses avanzar más en el istmo y tuvieron que detenerse en sus limites actuales, por la necesidad de dejar una faja neutral entre sus avanzadas y este primer poblado de España que tenían enfrente.

    De no haber existido La Línea, tal vez a estas horas los centinelas ingleses se pasarían más allá de Campamento; esto seria una gran ciudad y la plaza estaría ocupada exclusivamente por los militares, sueño dorado del Gobierno Británico.

    Pero este istmo tantas veces regado con generosa sangre española estaba destinado por Dios a seguir siendo español siempre y la misión para tan noble y patriótico fin cupo en suerte a La Línea desempeñarla.

    Mientras San Roque y Algeciras se disputaban la jefatura del Campo de Gibraltar, sin preocuparse más que de sus intereses particulares, La Línea con su aumento paulatino defendía los intereses de la patria.

    Insignificante, pobre y olvidada pudo haberse hecho inglesa, o por lo menos, haberlo intentado; pero no solo no lo hizo, sino que en todo momento demostró su españolismo, sin dejarse ni aun influir por el espíritu británico.

    ¡No en balde estas arenas están formadas por el polvo de los huesos de tanto héroe español y su ambiente saturado de aquel aliento de honradez, valor y patriotismo que animaba a los que sucumbieron ante los muros de Gibraltar!

    Así fue creciendo, hasta que en 1870 y tras una larga lucha por emanciparse de San Roque, consiguió, al fin, sus nobles propósitos de quedar convertida en Villa independiente, con su Ayuntamiento y demás autoridades propias, y administrar por sí misma sus bienes.

    Tan memorable hecho acaeció el 20 de julio del citado año, y su primer Ayuntamiento lo constituyeron los señores don Lutgardo López Muñoz –Alcalde-, don Andrés Herrera Gutiérrez –segundo Alcalde-, don Juan Cano Domínguez –Sindico-, y Concejales don Antonio Bernal Sánchez, don Manuel Blanco Jiménez, don José Morales Barragán, don Manuel Cabello Reyes, don Pedro Calvino Prados, don Luis Ramírez Galuzo, don Pablo Soler Palazón y don Pedro Guerrero Roldan.

    Este primer Ayuntamiento constituido con carácter provincial, siguió actuando hasta 1º de febrero de 1872, fecha en que se constituyó el Ayuntamiento Constitucional efectivo formado por los siguientes señores, según consta en una lápida de mármol fijada en uno de los muros del Salón de Sesiones de la Casa Capitular:

1º Alcalde Don José Peón Fernández.
1º Teniente Alcalde, Don Luis Ramírez Galuzo.
2º Teniente Alcalde, Don José Luis Ramírez Galuzo.
     Sindico, don Pedro Garcia Castro.

Concejales, don Antonio Bernal Sánchez, don Pedro Guerrero Roldán, don José Amaya Delgado, don Genaro Noguera Pérez, don Francisco Arroyo Ramírez, don Ramón Conde Yseta, y don Juan M. Sánchez Herrera, y Secretario don Enrique Carreño Pérez.

    Muerto repentinamente el mismo día de la toma de posesión el Alcalde don José Peón Fernández, ocupó la Alcaldía don Luis Ramírez Galuzo.

    Desde la fecha de su emancipación comenzó para La Línea una nueva era de prosperidad, aumentando rápidamente las construcciones de casas de mampostería en sustitución de las primitivas de madera.

    A la antigua Capilla que existía en la hoy Plaza de Alfonso XIII, en el sitio donde desemboca la calle de San José recientemente abierta y que tenia adjunto el Cementerio, sucedieron una nueva necrópolis –hoy también sustituida por el amplio y hermoso Cementerio de San José- y una nueva iglesia ya con carácter de Parroquial, que es la existente, solemnemente bendecida el 8 de Diciembre de 1879, día de la Purísima Concepción, bajo cuya advocación se puso y de la cual tomó su nombre la Villa, antiguamente llamada en los documentos oficiales Línea de Gibraltar.

    Su importancia fue en aumento con la creación del Gobierno Militar y edificación de local para el mismo,  Aduana, Cuartel de Infantería, Plaza de Toros, buenos edificios particulares, estación de Telégrafo, Correo, amplia Plaza de Abastos, etc. Etc. Y ya en tiempos más cercanos paseos y teatros, calles adoquinadas y alumbrado eléctrico.

    Dos épocas ha tenido la Línea de la Concepción en que la prosperidad ha sido verdaderamente excepcional; la primera en remotos años, que pasaron para no volver, en que el tráfico fraudulento con Gibraltar fue grande dando motivo a la injusta fama que sufrió por mucho tiempo, y la segunda, la en que se construyeron en la vecina plaza los grandes diques y extensos muelles, obras en que tuvieron ocupación tantos españoles venidos de todos los puntos de la Península que hicieron aumentar la población a más de 40 000 almas.

    Hoy todo ello ha desaparecido, pero ha dejado como herencia no pocas industrias y una población moderna y amplia, y sigue teniendo como vecindario normal los muchos españoles que en Gibraltar tienen ocupación y gran número de familias gibraltareñas que huyendo de la carestía e incomodidad de las viviendas en aquella plaza han fijado aquí su residencia.

    La agricultura, por mucho tiempo limitada a la explotación de unas cuantas huertas, acaba de ser objeto de la merecida atención por parte de personas emprendedoras, de las que son de esperar grandes adelantos, y tal vez a la vuelta de pocos años se cree una riqueza agrícola que recuerda la de pasados tiempos que el historiador Ayala describe en esta forma refiriéndose a Gibraltar, aunque desde luego se entiende que a su término:

        “Era ciudad abundantísima, y tenia para sí de su cosecha más de lo que había menester de todos los frutos de la tierra, excepto aceite que por poca curiosidad de los vecinos no lo había”

        “Trigo cogía el que había menester, pero de ordinario no les bastaba la cosecha, porque no sembraban todas las tierras que podían darlo, ni aun la tercera parte de ellas”

        “Era ciudad abundantísima de todo género de ganado vacuno y de cerda, carneros y cabras; tanto que este era el principal caudal y granjería de las personas ricas, conforme a la máxima de los antiguos, cuyos únicos o principales caudales fueron los ganados”

        “proveíanse de esta ciudad para sus carnicerías muchas ciudades y aun con los bueyes que se llevaban de ella, se labraba una gran parte de Andalucía y alguna del reino de Toledo”

        “Sobre todo fue larga y copiosísima la cosecha de vinos excelentes que se cargaban para Flandes, Inglaterra, Francia y muchas partes de España”

    De las pesquerías hace análogas manifestaciones, añadiendo que: “fueron famosos en los países de Grecia, Italia y otros, los salvamentos de la antigua Carteia.”

    Así como por su propio esfuerzo La Línea ha llegado a ser lo que es, no obstante haber estado siempre no solo abandonada sino aun maltratada  por los Gobiernos, ¡quién sabe a donde podrá llegar aun con las orientaciones actuales y forzada por la necesidad de buscar en sí misma y en sus fértiles terrenos los medios de vida que antes obtenía de Gibraltar y que hoy van siendo cada vez menores!

    Por su patriotismo, su significación, sun honradez y su laboriosidad, no hay duda que La Línea de la Concepción podrá llegar a ser lo que se proponga.

    España y sobre todo los Gobiernos deben acabar ya de una vez de sacudir los infundados y hasta cierto punto ridículos prejuicios, movidos por los cuales han combatido a La Línea, y ayudar a este pueblo para el logro de sus aspiraciones.

    Por decoro nacional debe ser protegida La Línea de la Concepción, pues esta es la ventana por donde se asoman a España los miles y miles de extranjeros que durante el año pasan por Gibraltar.

                                          


Enrique Gómez de La Mata