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lunes, 24 de febrero de 2014

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A modo de Prólogo

Pasodoble dedicado a La Línea de la Concepción

"Ha nacido La Línea de la Concepción"

Partida de bautismo de don José Cayetano Ramírez Galuzo

Solicitud de Segregacion de la Línea del Campo de Gibraltar

Deslinde o Demarcación del Termino Municipal de La Línea

Síntesis Histórica del Santuario de la Inmaculada

Reproducción parcial del Cartel inaugural de la Plaza de Toros

EL Naufragio del Utopía

Real Decreto creando La Zona Fiscal 10-11-1891

Edicto de la Comandancia Militar de Algeciras sobre la Zona Fiscal

Modificación de la Zona Fiscal 28-12-1892


El Niño de la Burras

Capítulo 78

Desde el momento en que el atribulado Adán escuchó la sentencia que le condenaba a ganar el pan con el sudor de la frente, hasta los tiempos actuales, el pobre rey de la creación, ha trabajado y sudado en todos los instantes de su vida y en las formas más penosas. Unas veces por propio interés acicalado por las necesidades y, otras como esclavo o prisionero al servicio de los amos o de los vencedores. El trabajo placentero y fácil no apareció hasta la era moderna, es un producto de la civilización tendente a suavizar la maldición de Jehová.

Sin embargo, en todos los tiempos, ayer, hoy, y siempre, existió el “vivo” que respondió chulescamente a la sentencia bíblica con un “Que te crees tu eso” y dándose maña para no trabajar, para escapar de esa ley natural convirtiéndose en un parásito de la comunidad social, y que dicho sea de paso, los otros, los virtuosos del deber, miran con envidia, que eso es también ley natural.

Los vagos suelen presentarse de diferentes maneras y con infinidad de trucos perfectamente ambientados al medio en que viven. En unas ocasiones se titulan representantes de ésta o aquella empresa imaginaria; en otras como descendientes de tales o cuales títulos de nobleza; o como inventores de la panacea universal en forma de ecuación social o económica que resolverá todos los conflictos o problemas de la Humanidad. En fin, la inventiva de estos sujetos es tan amplia, abarca tantas facetas, que dudo pueda existir alguien capaz de enumerarlas y catalogarlas.

Así es que yéndome directo al tema local presentaré al contrabandista. El contrabandista es un tipo que tiende a desaparecer de nuestro marco local y que por su singularidad tuvo cierta importancia en el Campo de Gibraltar, incluso en la Baja Andalucía.

Todas las fronteras del mundo son semilleros de gentes que se preocupan de ganar dinero fácilmente sin trabajar y la frontera linense no podía dejar de producir a esta clase de rémoras, aun cuando en mucho menor escala de la que le atribuye la leyenda negra.

Aquí también se dio el tipo de contrabandista perrero, el que fajaba con una canana o chalecos llenos de tabaco en Gibraltar a los perros que aprovechando la oscuridad de la noche transportaba en botes hasta cerca de las playas y los tiraba al agua. Los animalitos nadaban hacia tierra y tan pronto como tocaba en firme emprendían veloz carrera en dirección a la casa del propietario, donde éste los esperaba tranquilamente, les quitaba la carga y les daba de comer. La conducta de los perros era bien sencilla; huir de los carabineros y presentarse en casa del amo para que los librara de la carga y les diera de comer.

Mas para llegar a este estado de cosas era preciso someter antes al pobre animal a un duro ejercicio en el que ganaba algun que otro estacazo. Consistía el tal entrenamiento en cargar al perro con una canana que se enrollaba alrededor del cuerpo. Un hombre del trajin, vestido a la usanza de los carabineros llamaba al pobre can para librarlo de la carga; el perro acudía dócilmente y cuando esperaba ayuda recibía un buen estacazo del presunto carabinero. El castigado animal corría aullando de dolor en busca del dueño que le quitaba la carga., lo acariciaba y le daba de comer. El perro escarmentado aprendía pronto que todo hombre vestido de uniforme verdoso era un enemigo al que había que eludir. Una vez adquirida la experiencia necesaria los lanzaban al trajin, y en numerosas ocasiones pagaban con la vida el servicio prestado al parásito propietario, porque las balas de los fusiles de los carabineros son más veloces que los infortunados animalitos. Los contrabandistas perreros existen en todas las fronteras del planeta.

En cambio, en nuestra frontera se dio la única especie que a mi juicio no tuvo semejante en otros lugares. Nació aquí y aquí murió víctima de un carabinero que tuvo la ocurrencia de desbaratarlo. Esta planta llegó a conocerse en La Línea con el nombre de “El Niño de las burras”. Es justo reconocer que durante su breve existencia contrabandeó a gusto, ganó dinero fácilmente y no trabajó.

Consistía el modus vivendi de nuestro “Niño” en lo siguiente. Primero se dedicó a comprar burras –los burros no le servían- que dedicaba a acarrear cal procedente de las caleras de Gibraltar que, después vendía muy barata o regalaba, en La Línea. Las cargas transportadas eran chicas, apenas justificaban las molestias del viaje. No obstante nuestro jovencito pasaba la frontera dos veces al día conduciendo una reata de cinco o seis burras. Al llegar a la Aduana de regreso de Gibraltar, tanto él como las bestias sufrían un concienzudo registro que nunca dio resultado. Levantaban los arreos, vaciaban las cargas, pinchaban las cinchas, etc. Y nada, allí no se descubría nada porque nada había.

Un día, un carabinero al que se le quedó para mientras viva el apodo de “doña Eufrasia” nombre de una partera de la localidad, vio que del órgano genital de una burra asomaba la punta de una cinta. Tiró de ella encontrando resistencia que le llamó la atención. El animal al sentir que manipulaban en esa parte de su cuerpo se abrió de patas para facilitar la operación del parto. Y ante el asombro de todos los presentes la burra, ayudada por el carabinero, dio a luz una especie de saco entre largo, algo así como una funda o vaina que contenía dentro una libra de tabaco de picadura en paquetillos prensados de dos onzas. Coreado por las risas y las bromas de los testigos el carabinero partió felizmente la recua entera, pues todos los animales estaban encinta, ganándose con el sudor de su frente el humorístico mote de “partero” o “doña Eufrasia”.

Durante muchos días, incluso meses, el alijo fue la comidilla de todas las tertulias y posteriormente sirvió de jocoso tema a la musa de las comparsas carnavaleras, hasta que el tiempo borró de la memoria de la gente el episodio conocido por el del “Niño de las burras”.



                                                               Antonio Cruz.






jueves, 20 de febrero de 2014

EL “Gordo” en La Línea


Capítulo 77


Seguramente ustedes recordaran a Modesto Romero, un industrial serio y formal, tan serio y formal que regentaba una funeraria en la calle La Rosa o Enlosada –que los dos nombres tenía- justamente en lo que hoy es una farmacia y, la calle del Doctor Villar.

Fuera del negocio, el señor Romero era un hombre jovial, simpático y amigo de todo el mundo; servicial y amable hasta la exageración, era lo que se dice una buena persona, y, también formaba parte del grupo de bromistas que se reunían en el café La Austriaca.

Modesto jugaba entonces un fijo de la lotería nacional, cuyo número no viene al caso, pero que era conocido por sus alegres compañeros. No sé, ni se lo dijeron nunca, de quién partió la idea, más es el caso que propusieron a Sedeño que insertara en la parte de la lotería el número que jugaba Modesto. Bastaba solo con alterar el orden de la numeración, que más tarde pasaría por una errata de imprenta o un error del que tomó por teléfono la relación de los premios. El asunto era fácil.

Todos recordarán que Sedeño editaba, en calidad de redactor jefe y propietario, un periódico local titulado La Tijera. El periódico se anunciaba como independiente y, la verdad, es que era una perfecta eclosión de sátiras de artículos políticos, de crítica o de defensa, según la formación del Ayuntamiento de turno.

La Tijera se pregonó aquel día con el parte amañado. Modesto que a la puerta de su establecimiento estaba pendiente del vendedor de periódicos no tardó en comprar un ejemplar –quizás el único amañado-. Al ver su número agraciado con el gordo estuvo a punto de caerse al suelo. Reaccionó al instante marcándosele en la cara una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja, y no era para menos.

El gordo! ¡el gordo! –gritaba a los que tenía más cerca. Y no pudiendo templar la brida de los nervios se lanzó la calle dando saltos de contento hasta que llegó a La Austriaca. Allí estaban los autores de la broma muy serios, como si no supieran nada, o hubieran llegado en ese instante de un viaje sideral.

-¡El gordo! ¡He cogido el gordo! – vociferaba el bueno de Modesto desbordando su alegría.

Los “ingenuos” se le acercaron dándoles sus plácemes calurosos, enhorabuenas entusiastas que Modesto recibía sin sospechar el engaño. El final fue que en aquel mismo momento se organizó una juerga por todo lo alto, que naturalmente, costeó el agraciado comerciante de pompas fúnebres.

El tiempo, con su guasa característica se encargó de desengañar a Modesto que siguió todavía mucho tiempo en Babia, sin sospechar el origen del chasco. Hasta que en una ocasión, cuando la pólvora estaba mojada y no había peligro, uno de sus compadres le contó la historia, y, eh aquí a Modesto riendo a carcajadas escandalosas como si él no hubiese sido el embromado.


   
                                                                        A. Cruz.





miércoles, 12 de febrero de 2014

La Línea de la Concepción "Una Ciudad noble y laboriosa"

Capítulo 76


LA LINEA DE LA CONCEPCION



“La ciudad noble y laboriosa”


En el extremo sur de la provincia de Cádiz, a un kilómetro al norte de Gibraltar y siete al sudeste de San Roque, en una extensión de terreno arenoso, en las estribaciones de Sierra Carbonera, de la que dista dos kilómetros aproximadamente, se halla enclavada La Línea de la Concepción.

Población moderna, de sencilla arquitectura, nació y creció a la sombra de esa mole gigante que, semejando un león en reposo, es la cosmopolita y atractiva ciudad de Gibraltar.

Su génesis, precisamente en estos días en que la Exposición Ibero-Americana es como una exaltación de los valores raciales hispanos que culminaron en la máxima epopeya del descubrimiento del Nuevo Mundo, nos recuerda que si alguna ciudad existe en nuestra Patria que pueda representar el entronque de la vieja madre con sus jóvenes hijas, esa ciudad es La Línea de la Concepción.

Por esta puerta de la Patria amada ha desfilado un buen contingente de la emigración española, que en un ansia de aventuras, de mejoramiento material, se encausó hacia aquellos países a los que el genio inmortal de Colón dio vida por y para España.

Y en esta puerta de nuestra Patria se detuvieron, para no abandonar el suelo amado, caravanas enteras de emigrantes que al encontrar trabajo en los diques, en los arsenales, en el puerto de Gibraltar, y el dinero que a América les lanzaba, renunciaron a su primera idea y se avecindaron, creando un pueblo potente y vigoroso –como la América a la que habían renunciado- sobre ese arenal inmenso que era, hace unos setenta años, lo que es hoy una de las más importantes ciudades andaluzas.

El caso de La Línea, por las razones que van expuestas, es quizás, único en nuestra Patria. A pesar de estar asentada en Andalucía, sin dejar de serlo es, sin duda, la menos andaluza de las poblaciones. Y ello no obedece a ningún fenómeno extraordinario, sino simplemente a la forma de su ubicación.

Esas corrientes de emigración que aquí dejaron importantes núcleos procedían de toda España. Y la población de la Línea fue formándose por gallegos, extremeños, valencianos, andaluces, etc.

De ahí que haya quien asegura que el ciudadano linense es el individuo tipo español; tesis que mantenía con verdadero calor un culto inglés, que en cierta ocasión me decía:

“Ningún pueblo como La Línea puede preciarse de representar de una norma más precisa el carácter español, ya que por la forma de su elaboración, por el cruce de todas las razas originaria de vuestras regiones, surgió ese tipo representativo de la raza genial, que según Gonzalez-Elaco , es “la raza gallarda, aventurera, la raza de los hijos del Cid, la raza que culminó en el Hidalgo Manchego, la raza de hombres fuertes como murallas y a la vez tiernos como niños; esta raza magnifica que dejó sus huellas por donde quiera que pasó, la raza que fue a Flandes, la que colonizó América, que llevó a las selvas vírgenes la Cruz de Cristo y la lengua de Cervantes…”

Y esto me lo decía con fruición, con verdadero entusiasmo, como queriendo hacer suyo ese canto a la raza hispana…; porque esta ciudad, por ese intercambio que con Gibraltar sostiene, ha ganado para nuestra Patria el corazón de muchos ingleses, que así han sentido a España por L

Hasta aquí el aspecto espiritual de la ciudad. el otro, el urbano, está a tono con aquél. Como el espíritu de la raza, es modesto y sencillo.

Calles amplias, soleadas. Edificaciones modernas, sin complicaciones. ¡Toda la ciudad es un canto a la vida!

Como todo pueblo joven, La Línea carece de momentos históricos, ya que no podemos dar esta designación a las ruinas de los castillos y murallas que constituían la fortaleza construida por el duque de Montemar para sitiar Gibraltar.

En el aspecto turístico, La Línea ofrece bastantes atractivos al forastero.

Una magnífica carretera la une al resto de España y a Gibraltar, de la que dista menos de dos minutos en automóvil. Esta circunstancia la hace ser el punto de partita del turismo que en el puerto calpense desembarca.

En sus cercanías se hallan las ruinas de la antigua ciudad de Carteya, que estuvo situada en esta herradura de tierra que forman Gibraltar y su Campo.

Durante la temporada veraniega, y de acuerdo con Compañías navieras calpenses, se organizan interesantísimas excursiones a los diferentes lugares turísticos de la zona de nuestro protectorado en Marruecos, Tánger y Ceuta.

En el mes de julio se celebran las tradicionales fiestas de la ciudad, que han alcanzado justo renombre. En esta época se organizan varias corridas de toros a base de toreros de primera fila, a las que acuden aficionados de toda la región andaluza.

Hoy se están llevando a cabo importantes mejoras sanitarias y urbanas, que, unidas a la bonanza del clima –sin disputa, el mejor de España y quizás del mundo entero-, harán de La Línea un verdadero Paraíso. Laborando con tal objeto, de una forma eficaz y digna de loa, al Ayuntamiento que preside el actual alcalde, don Andrés Viña Garcia.



                                                  Enrique Sánchez Earle.





(del Libro de oro de los Municipios de España editado por el Gobierno del General Primo de Rivera con motivo de la Exposición Hispano-Americana de Sevilla, en el año 1929)




lunes, 10 de febrero de 2014

Los Sombreros de Pinto


Capítulo 75



LOS SOMBREROS DE PINTO



Existió en la calle real una sombrerería propiedad de don José Pinto. Era éste un hombre campechano, muy trabajador y muy competente en su negocio y, también, muy dado a las bromas. Se reunía con amigos del mismo jaez, los cuales se jactaban de ser especialistas en bromas, desde luego bromas de buen gusto, según ellos, lo que a veces no coincidía con la opinión del embromado. Pero, en fin, eran una pesadilla de alegres amigotes que procuraban pasarlo bien quitándole tristezas a la vida.

Un día, entre la una y las cuatro de la tarde, se repartieron por la ciudad una octavilla impresa que decía poco más o menos lo que sigue:

 “GANE DINERO DESPRENDIENDOSE DE SU SOMBRERO VIEJO DE PAJA. EN LA SOMBRERERÍA DE PINTO, EN CALLE REAL, SE COMPRAN TODA CLASE DE SOMBREROS DE PAJA. PINTO PAGA BIEN LOS SOMBREROS INSERVIBLES O ROTOS. NO ESPERE A MAÑANA, APROVECHE LA OCASIÓN QUE SOLO ES POR UN DÍA PARA DESPRENDERSE DE SU SOMBRERO VIEJO Y GANAR DINERO. NO OLVIDE: SOMBRERERÍA DE DON JOSÉ PINTO EN CALLE REAL”

En aquella época estuvo de moda el sombrero de paja, los jipis y las galletas; todo el mundo los usaba, y abundaban también los sombreros de pleita que, actualmente solo se ven en las romerías y en las fotografías de la siega.

Así es que el tal anuncio cayó estupendamente entre el público que ingenuamente tragó su parte del anzuelo bromístico, y, en efecto, sin perdida de tiempo acudió al reclamo. El público formó colas a la puerta del establecimiento, viéndose centenares de sombreros tan viejos y deteriorados que hasta las cabras más hambrientas despreciarían. Una cola venia como de la calle San Pablo, la otra de la calle La Rosa convergiendo en la sombrerería.

Cuando Pinto entró en la calle Real y vio tan extraña gente portando sombreros viejos le acometió un acceso de risa, de esa risa franca y sonora que le era tan peculiar. Se dirigió a un colista para indagar la razón de aquello y, al ver que la tropa paraba en la puerta de su casa, no esperó la respuesta. De un salto, quizá el más grande que diera en su vida, se plantó en mitad de la puerta chillando más que preguntando:

-¡Que pasa! ¡Que pasa! ¡Vamos a ver, que es esto!
- pos, mire usté, lo que está a la vista no necesita anteojos.
-¡Venga, yo quiero saber por que están ustedes en mi puerta!
- Ah, usté es el señó Pinto; po aquí estamos pa venderle los sombreros
-¡Yo no compro sombreros, los vendo!
-¿Cómo que no? ¿Entonces que es esto?- contestole uno mientras le enseñaba la octavilla causante de todo.

Allí fue Troya. Gritos, amenazas, insultos, respuestas coléricas y algunos empujones dados con los nervios desbridados. La bronca crecía y allí nadie se entendía; todos hablaban al mismo tiempo y nadie estaba dispuesto a ceder en la contienda, y quien más chillaba mejor se imponía con sus propias razones. En una palabra, aquello era “la caraba”

 Intervino un guardia municipal, que casualmente pasaba por allí, imponiendo, o tratando de imponer el orden. Y, al fin, la gente, poco a poco inició la retirada comentando el chasco y tomándolo a broma, lo cual se generalizó en un pitorreo mayúsculo.

A cierta distancia del lugar del episodio, un grupo de “inocentes” observaban muerto de risa el desarrollo del acontecimiento. Los comentarios jocosos y los “truenos” del señor Pinto duraron aún cierto tiempo, hasta que el embromado, olvidando el mal rato, unió sus carcajadas a las del grupo de “inocentes”.


                                                           A. Cruz