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jueves, 20 de febrero de 2014

EL “Gordo” en La Línea


Capítulo 77


Seguramente ustedes recordaran a Modesto Romero, un industrial serio y formal, tan serio y formal que regentaba una funeraria en la calle La Rosa o Enlosada –que los dos nombres tenía- justamente en lo que hoy es una farmacia y, la calle del Doctor Villar.

Fuera del negocio, el señor Romero era un hombre jovial, simpático y amigo de todo el mundo; servicial y amable hasta la exageración, era lo que se dice una buena persona, y, también formaba parte del grupo de bromistas que se reunían en el café La Austriaca.

Modesto jugaba entonces un fijo de la lotería nacional, cuyo número no viene al caso, pero que era conocido por sus alegres compañeros. No sé, ni se lo dijeron nunca, de quién partió la idea, más es el caso que propusieron a Sedeño que insertara en la parte de la lotería el número que jugaba Modesto. Bastaba solo con alterar el orden de la numeración, que más tarde pasaría por una errata de imprenta o un error del que tomó por teléfono la relación de los premios. El asunto era fácil.

Todos recordarán que Sedeño editaba, en calidad de redactor jefe y propietario, un periódico local titulado La Tijera. El periódico se anunciaba como independiente y, la verdad, es que era una perfecta eclosión de sátiras de artículos políticos, de crítica o de defensa, según la formación del Ayuntamiento de turno.

La Tijera se pregonó aquel día con el parte amañado. Modesto que a la puerta de su establecimiento estaba pendiente del vendedor de periódicos no tardó en comprar un ejemplar –quizás el único amañado-. Al ver su número agraciado con el gordo estuvo a punto de caerse al suelo. Reaccionó al instante marcándosele en la cara una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja, y no era para menos.

El gordo! ¡el gordo! –gritaba a los que tenía más cerca. Y no pudiendo templar la brida de los nervios se lanzó la calle dando saltos de contento hasta que llegó a La Austriaca. Allí estaban los autores de la broma muy serios, como si no supieran nada, o hubieran llegado en ese instante de un viaje sideral.

-¡El gordo! ¡He cogido el gordo! – vociferaba el bueno de Modesto desbordando su alegría.

Los “ingenuos” se le acercaron dándoles sus plácemes calurosos, enhorabuenas entusiastas que Modesto recibía sin sospechar el engaño. El final fue que en aquel mismo momento se organizó una juerga por todo lo alto, que naturalmente, costeó el agraciado comerciante de pompas fúnebres.

El tiempo, con su guasa característica se encargó de desengañar a Modesto que siguió todavía mucho tiempo en Babia, sin sospechar el origen del chasco. Hasta que en una ocasión, cuando la pólvora estaba mojada y no había peligro, uno de sus compadres le contó la historia, y, eh aquí a Modesto riendo a carcajadas escandalosas como si él no hubiese sido el embromado.


   
                                                                        A. Cruz.