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sábado, 6 de octubre de 2012

A modo de Prólogo

Prólogo


Cuando plegamos las alas del entusiasmo, calzamos zapatillas caseras y el calor del hogar catamos las uvas melosas del otoño de nuestra existencia; cuando nuestros labios pronuncian una pregunta amarga y descorazonadora que nos señala implacable la impotencia de la vejez con sus pasos temblorosos y vacilantes; cuando esa pregunta respondemos: "y todo esto, ¿para qué?", Es que se nos ha endurecido las arterias y empañado los ojos con el verde fracaso. Entonces el corazón modera sus latidos y, de paso, nos muestra la meta definitiva a donde van a parar todas las inquietudes juveniles, todas las preocupaciones humanas, todos nuestros sueños ilusorios, a la suprema quietud de la muerte.

¿A dónde se fueron los ardores pasionales con que defendimos causas de que ayer se nos antojaron importantes y eternas y que hoy nos resultan pueriles? ¿A dónde se fue el entusiasmo fogoso y ciego de la juventud? ¿Por qué las ideas -sublimes ayer- han perdido para nosotros todo su interés y hemos dejado de ser sus ardientes defensores, sus paladines de la más pura cepa quijotesca? ¿Es que, tal vez, los tiempos modernos han descascarrillado la epidermis aparente de los dogmas ideológicos poniendo descubierto un repugnante y ridículo esqueleto? ¿O quizá, la recesión de la vida ha borrado nuestra conciencia el espejismo hechicero presentando a la realidad cruda con su bagaje de amarguras y dolores?.

No; no lo creo. Nada es como aparenta en el caleidoscopio de la vejez. Las creencias ayer, que dieron belleza y razón a nuestros sueños juveniles, siguen brillando inalterables, con brillo más sereno, más consciente, con brillo del oro viejo que no desmiente su valor, sino que por el contrario, lo confirma. Lo que en realidad nos ocurre es que las caras y las arrugas no son de las apariencias, canzan el cuerpo, así si el espíritu y nos encadenan al sillón de las claudicaciones.

El hombre nunca se niega a sí mismo. Es rebelde por naturaleza. El término inconformista que no se sabe luchar sino en el instante mismo de la muerte. Cuando el campo de batalla nos expulsan para que no estorbemos al empuje de las nuevas falanges, buscamos otras inquietudes a las que sincronizamos el latido académico del corazón, rebuscamos con toda la potencia de nuestra alma, algo digno de nosotros. Desempolvemos viejos proyectos, revisamos olvidadas quimeras, transformamos la pluma en confidente y nos convertimos en aprendices de historiadores. Profesión propia de gente madura último reducto para los que como yo obedece la llamada del entusiasmo instándoles a ponerse en contacto consigo mismo, el luchador eternamente joven que se niega a reconocer la influencia agobiadora de los años. Entonces, sólo entonces recapacitamos en la sugestión de la historia, la miramos como si nos llamara y la abordamos con la subieren con inconsciencia de los iluminados.

A partir ese momento todo el minuto del día nos sorprende con el pensamiento puesto en la estrella portadora de viejos recuerdos. Nos damos cuenta de que hemos debido empezar antes a recopilar datos, y, febrilmente, le buscamos en los archivos, consultamos publicaciones antiguas arrinconada en olvidados estantes, en una labor constante contrarreloj.

Y, henos aquí, y dispuesto como soldado que da un paso adelante a la voz del capitán, pero... surge de improviso la primera pregunta que frenan parte el impulso inicial. ¿Por dónde  debo empezar? ¿Cual es el punto de arranque de la historia de este pueblo que apenas tiene historia? ¿Qué acontecimiento tomaré como punto de partida, acaso las guerras y sitio por Gibraltar en el siglo XIII? Son anteriores a la existencia de La Línea y no pertenecen a su historia particular. Por tanto narrare solamente hechos linenses a partir de principios de 1870, describiré situaciones y personajes populares, inquietudes municipales, luchas caciquiles, costumbres pasadas, calamidades, anécdotas, la transformación y crecimiento de la ciudad dentro de un cuadro general en el que pueden verse las mil y una facetas de la vida, mejor dicho, del alma de un pueblo bueno y laborioso que nació a la sombra de la de mayor desgracia nuestra historia nacional: Gibraltar.

Ya tengo el punto de arranque para la histórica labor, aunque, precisamente ahora, la pluma se recoge en sí misma, un poco asustada, por la magnitud y responsabilidad de la obra que nos solíamos -motu propio- a contraer. Sin embargo... ¡adelante!

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Bien; héteme aquí dando primer paso. Fui al ayuntamiento dispuesto a consulta del archivo municipal. No hay tal archivo o no está organizado, según palabras del digno funcionario que me atendió. No no me arredró este primer fracaso. Más tarde me encamine a la biblioteca municipal a ver si entre los 5000 volúmenes encuentro algo que me sea útil. No hallé gran cosa. El siguiente paso fue al juzgado municipal, después a la comandancia militar. En todos estos lugares me dio la misma respuesta: " no hay nada". Es decir, un fracaso completo. Éste antecedente hubiera bastado para abandonar la empresa y me hubiese autojustificado. Pero no fue así el resultado, sino que por extraño que parezca, el fracaso inicial me animó aún más; acicateó mi voluntad enardeciendo mi entusiasmo. ¿Quién dijo fracaso? ¡Adelante! Si no existen archivos a la entera disposición de consultantes yo haré el mío lo construiré pacientemente, recogiendo datos y noticias de boca de los ancianos, tomándolos de los periódicos viejos, de las coplas carnavalescas, de documentos particulares; reconstruiré literariamente episodios populares de los que fui testigo presencial en mis años infantiles; preguntaré a todo el mundo, consulta de fotografías, planos, folletos de feria y anuncios comerciales. Y cuando esté, o considere, completo el archivo particular, habrá llegado el momento de empezar a escribir la historia de La Línea de la Concepción durante el intervalo de 1870 a 1970. No sé si cuando llegue ese instante estaré en condiciones de emprender la tarea, pero de todos modos quedará el archivo al quw titularé "Un siglo de historia de La Línea de la Concepción" a disposición de quienes con más aptitudes que yo quieran escribir la historia de nuestro pueblo o informarse consultando datos curiosos, anécdotas y episodios populares. Tendré a su alcance más de 160 artículos, en más de 470 páginas, desgranados en crónicas, reportajes, memorias, y himnos y poesías, cuentos y narraciones literarias, documentos oficiales, estadísticas curiosas del municipio, anécdotas, episodios históricos, noticias sobre catástrofes y calamidades, semblanzas, actas, artículos periodísticos, entrevistas, etc. etc.

En la confección y copia del todos ellos he procurado ceñirme a las exactitud episódica, excepto en algunos, que por razones fácilmente comprensibles, he cambiado los nombres de personas y lugares respetando en su integridad los acontecimientos y circunstancias.

 Y nada más. Para terminar este prólogo mal hilvanado y peor descrito, que me ha salido demasiado largo sólo me quedan expresar mis sincero agradecimiento a cuantos gustosamente se ofrecieron a informarme verbalmente respecto a situaciones y episodios históricos de La Línea y, especialmente, a don Félix Enríquez Domínguez, director del Instituto técnico de enseñanza media "Diego de Salinas" y a don José María Bonelo Calvo por las facilidades que me dieron para consultar libros y revistas y periódicos de sus colecciones particulares; a don Alfonso Cruz Herrera que me revisó algunos artículos narrativos y pasó con ello gratos momentos recordando el pasado repleto de íntimas emociones, que me alentó para que no desfalleciese ante los obstáculos y me proporcionó valiosos datos a través de su conversación amena y simpática; a don Enrique Sánchez Earle -el pionero de los novelistas linenses- que por encontrarse él débil de la vista y lejos de la patria chica no ha podido ayudarme con sus escritos, pero con sus valiosos concejos se reflejan en las páginas de esta obra; a los amigos de las tertulias del café "El Modelo" me facilitaron toda clase de informaciones y me ayudaron personalmente a consultar a la " tradición oral" linense; y, por último, a cuantos pusieron a mi disposición viejos ejemplares, salpicados, de la muy extensa colección de periódicos locales editados a lo largo de 100 años. A todos, en fin, le doy las gracias, porque por ellos puedo presentar hoy mi archivo particular adquiere titulado "UN SIGLO DE HISTORIA DE LA LINEA DE LA CONCEPCION" de 1870 a 1970



                                                       Antonio Cruz de los Santos. Julio, 1970.









                                                           Luis Javier Traverso Vázquez
                                                     http://www.lalineaenblancoynegro.com/