Capítulo 62
LA LÍNEA HA DE SER ZONA FRANCA
Nuevamente
nuestro Diputado ha sometido íntegra al parlamento Español, la rápida y
urgente solución del problema, tan vital para La Línea, que representa la modificación del régimen aduanero
completado con la aplicación a este sector del Campo De Gibraltar, de las
disposiciones que en España regulan la
instalación de Depósitos Comerciales y la creación de Zonas Francas.
Esta vez el Señor Torres Beleña no ha querido que su labor, meditada y
persistente, apareciera ante el Congreso como la labor más o menos digna de
consideración y simpatía de un representante en Cortes que aun persiguiendo
noblemente el bienestar de sus electores, trata por lo menos, perdurando en
estas andanzas, de reaquilatar su celo y afianzar su investidura.
Siendo el
Señor Torres Beleña el primer convencido de que La Línea necesita en estos momentos decisivos para su porvenir, que
la tutelar acción del Estado se pronuncia con toda rapidez, llevando a la
práctica inmediatamente sus legítimas aspiraciones, cuya realización en estas
circunstancias es de vida o muerte, ha considerado un deber el asociar a sus
iniciativas figuras tan prestigiosas de la Cámara popular, conocedoras las más
de ellas, de la hidalguía de este pueblo,
de su amor al trabajo, de lo injusto del baldón que tan resignadamente soporta
y sobre todo de la extrema gravedad de las circunstancias que demandan con
imperio a los Poderes Públicos, un remedio urgente.
Uno a uno ha ido requiriendo don José Luis de Torres, en estos últimos
días, para él de amargo calvario, el amparo para La Línea de los Jefes de las
Minorías, exponiéndoles en toda su angustiosa realidad, el cuadro aflictivo
del presente y el no menos sombrío del porvenir.
Y esta ardua empresa tuvo una finalidad inmediata:
la de que hombres públicos de tanto relieve en el Congreso Español como don Miguel Villanueva, don Alejandro Leroux y don Augusto Barcia, pusiesen, sin
reparo alguno, sus firmas en la proposición de Ley discutida el día 30 de junio
ante el parlamento, y a cuya proposición se sumaron igualmente, por la
aquiescencia de sus jefes y en representación de las minorías reformistas y
romanonista, diputados de tanta respetabilidad cuales don Juan Antonio de Aranburi y don
Ramón Solano.
No podía faltar a la proposición la valiosa
firma del popular representante de Cádiz don
Juan Bautista Lazaga, tan admirador de las virtudes de los hijos de La
Línea, como fraternal amigo de su Diputado.
Todos ellos hicieron suya la propuesta que
ante la Cámara formuló el Sr. Torres
Beleña, y asistieron al debate, asintiendo a la briosa defensa que, desde
el escaño rojo, hiciera el mandatario del Campo
de Gibraltar, manteniendo derechos indiscutibles y pugnando por la
realización de aspiraciones justísima.
Pero una vez más el Gobierno, con error
evidente, con injusticia notoria, abre paréntesis indefinidos y apela al
desprestigiado recurso de meditar y reflexionar antes de decidirse a aceptar
soluciones inaplazables, o de no aceptarlas, resolver determinando las que
deban sustituirlas.
El
Sr. Bergamin, llevando la voz del Gobierno, glacial, escéptico,
indiferente, se ha limitado, una vez más, a hacer desfilar ante los ojos de los
parlamentarios, el espectro del fraude, y ante
la justificada demanda de la zona franca, medio de redención para los que
sólo anhelan el trabajo honrado y seguro antídoto de la ponzoña inyectada por
las torpezas y desvíos de los gobernantes en el organismo de un pueblo, hasta
ahora, laborioso, sufrido y resignado, invoca a la patria augusta, que habría
de sufrir menoscabo y ultraje, de aceptarse por el Poder público la concesión
de la zona franca o el departamento comercial, medios de dignificación y vida
para el campo de Gibraltar.
Forzoso es que el pueblo conozca en toda su
integridad y con todos sus detalles el debate promovido ante la Cámara Nacional
por el Diputado del distrito que, una vez más, ha dado pruebas sobrada de su
amor a los pueblos que representa, y como entiende el ejercicio de los deberes parlamentarios,
sin preocuparse de que su actuación o sus palabras sean calificadas de rebeldías
políticas por contrariar a aquellos que prefieren el régimen del silencio.
Según nuestras noticias, pudo votarse la
proposición nominalmente y salir derrotado el Ministro de Hacienda, porque el
Congreso la hubiese admitido; pero el
Sr. Torres, teniendo en cuenta los momentos políticos actuales y la falta
de consistencia del Gobierno, que vivirá sólo hasta aprobar los presupuestos,
no quiso pedir la votación ni ser motivo de disgusto para nadie. Pero la
proposición resurgirá en tiempo oportuno, y entonces será admitida.
COPIA DEL NUMERO 80 DEL DIARIO DE SESIONES DE LAS CORTES
DEL DÍA 30 DE JUNIO DE 1922.
Medidas para
solucionar la crisis por que atraviesa el campo de Gibraltar, y especialmente
la ciudad de La Línea de la Concepción.
CUESTION PREVIA.
Leída nuevamente la proposición de ley del Sr. Torres Beleña, relativa al
expresado asunto, dijo:
El SR
PRESIDENTE. El Sr. Torres Beleña
tiene la palabra para apoyar su proposición.
El SR. TORRES BELEÑA. Señor
presidente, yo he de rogar a S. S. que me permita plantear una cuestión previa.
La proposición que he de apoyar es de gran
transcendencia para una importante región española; quizá sea oportuna una
declaración del Gobierno, y aunque el gobierno está, como siempre, muy
dignamente representado en el banco azul, es posible que sea la voz de su
ilustre jefe, o por lo menos, la del Sr. Ministro de Hacienda, la que deseen
escuchar, al par que yo, las significadas personalidades cuyas firmas avalaron
esta proposición.
Sometiéndome anticipadamente a lo que
decida la Presidencia, puesto que para acatar sus disposiciones soy el primero
siempre, desearía que se aplazara unos momentos el debate, puesto que ha
anunciado su venida el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, quien ayer me
ofreció hacerse cargo del contenido de nuestra demanda, y sin faltar al
Reglamento, puesto que podría apoyarle antes de entrar en el orden del Día,
podría aceptarse ese breve aplazamiento.
El Sr. Presidente. En el aplazamiento no
hay ninguna dificultad. En lo de que sea tan sólo por algunos momentos, sí
pudiera haberla, porque vamos a entrar en una interpelación que yo no se el
tiempo que invertirá y que pudiera exigir que el derecho del Sr. Torres Beleña se trasladara a otro
día, se es que no quedaba tiempo bastante después de la interpelación. De modo
que S. S. puede optar, sin comprometerme, porque no depende de mi voluntad, si
no, con mucho gusto lo haría, a que dentro de pocos momentos pueda S. S.
apoyarla, una vez iniciado el debate a que he aludido.
El SR. TORRES BELEÑA. Yo, señor
Presidente, he dicho que de antemano me someto a lo que la Presidencia acuerde,
pero he de hacer observar que quizá la declaración que yo deseo que surja del
banco azul sería más concreta haciéndola el jefe del Gobierno o el Ministro del
Ramo, y la discusión estaría más en armonía con la finalidad que la proposición
entraña, pues no he de limitarme a molestar la atención del Congreso,
haciéndole escuchar un discurso más, sino después de hacer resaltar la justicia
de la demanda y obtener una categórica declaración de Gobierno, que aunque
significara una repulsa habría de fundamentarse y razonarse.
El Sr. PRESIDENTE. Pues puede
aplazarse; pero yo no respondo de que quede tiempo después para que S. S. la
apoye, en cuyo caso quedaría para la próxima sesión, o sea el martes, en que
haya horas destinadas a ruegos y preguntas.
El SR. TORRES BELEÑA. Pues como es
probable que venga a la Cámara el Sr. Presidente del Consejo o el Sr. Ministro
de Hacienda, si no tiene inconveniente la presidencia iré desarrollando la
tesis y exponiendo antecedentes, por si entre tanto cualquiera de ellos se
digna llegar a tiempo de contestarme. Con ello molestaré un poco más a la
Cámara. Considero preciso hablar en la sesión de hoy, porque quizá la índole de
los debates que están pendientes y que van a irse desarrollando, absorban por
completo la atención del Congreso y no resultará pertinente ni oportuno en las
próximas sesiones intercalar una discusión sobre tema más secundario. Por
tanto, Sr. Presidente, prefiero a un aplazamiento indeterminado, apoyar la
proposición, cumpliendo, como sabe S. S., un deber ineludible, resultante de un
imperativo mandato.
El Sr. PRESIDENTE. Pues apoye el Sr. Torres su proposición, sin
perjuicio de que si el Sr. Presidente llega a tiempo, recoja su discurso, y si
no lo haga uno de los señores Ministros presentes, o en otro día cualquiera, el
jefe del Gobierno.
SITUACIÓN GRAVÍSIMA. LOS OBREROS Y LA EMIGRACIÓN.
EL Sr. TORRES BELEÑA. Perfectamente;
pues entonces, con la venida de la Presidencia, voy a apoyar mi proposición,
lamentando no poder ser sobrio al exponer porque la índole del asunto quizá me
exija ser extenso.
Señores Diputados, como primer firmante de
la proposición que se ha leído, me cabe el honor de apoyarla, a pesar de que
todos y cada uno de los dignísimos parlamentarios que, libremente, han puesto
su firma tras la mía, podrían mejor que yo, defender la justa causa que la
proposición entraña.
Esta proposición, señores Diputados, más
que a una excitación, más que a una petición, más que a una demanda
circunstancial dirigida al Poder Público encaminase a llamar la atención del
Gobierno de S: M. sobre la crítica y difícil situación en que es imprescindible
y necesario marcar un rumbo para que, dentro estrictamente de la ley, en la
órbita de la esfera legal, pueda desenvolverse la vida de un pueblo condenado a
la ruina si persisten las actuales circunstancias y urgentemente no se pone
remedio al mal que puede provocarla.
Yo, señores, no tendría necesidad de
molestar la atención de mis compañeros evocando antecedentes, porque bien
reciente está un debate en el que expuse con toda clase de detalles y con toda
clase de argumentos, cual era la angustiosa situación del Campo de Gibraltar,
donde hay alguna urbe populosa que, viviendo hasta ahora al amparo del trabajo
de una vecina población extranjera, ve que ese trabajo va disminuyendo por
semanas, por días, por horas, creándose con ello en la clase jornalera, una
situación que ahora en estos críticos momentos es difícil, pero que quizá
mañana sería mortal si ese trabajo llegara a paralizarse por completo y la
previsión del Gobierno atendiendo a los clamores de los de allí y las
advertencias de los de aquí, no buscase medios legales y prácticos para
sustituirlo.
La
Línea de la Concepción es de las poblaciones del Campo de Gibraltar que más
directamente sufre la hondísima crisis que atraviesa hoy aquella región. Esa
ciudad cuenta entre sus habitantes con un continente obrero de notoria
importancia numérica, y la mayor parte, casi la totalidad de los trabajadores
que en La Línea tienen su albergue,
ganan su sustento con el trabajo del puerto de Gibraltar, especialmente en los
servicios del Arsenal y en la carga y descarga de carbón para los buques surtos
en la bahía, trabajo que ha ido poco a poco disminuyendo, y eso, unido a otras
circunstancias, entre ellas a la exclusión del obrero español en algunas de las
industrias de la plaza y a la limitación de otras labores, obliga al obrero,
habitante de La Línea, a ir poco a
poco abandonando esa población, pues no le queda otro recurso que emigrar. Esa
emigración se realiza en condiciones lamentables, una vez que no pueden salvaguardarse
los que se ven obligados a abandonar el suelo patrio con la observancia de las
prescripciones, a las que forzosamente deben sujetarse los embarques en puertos
españoles. Nuestras autoridades, por no afectar a su jurisdicción, difícilmente
puede actuar cuando el obrero, al que es sumamente fácil el paso de aquella
frontera sin necesidad de documento alguno y con medios sobrados para proveerse
de los que se exigen en un puerto extranjero, para dar con sus cuerpos en los
entrepuentes y bodegas de buques de distintas nacionalidades, no cuentan con
otro amparo que el del Consulado de su país, que no puede multiplicarse ni
atender con la solicitud que quisiera, a cuantos sobre sus dignos y escasos
funcionarios pesa.
La emigración, repito, es uno de los males
que produce la falta de trabajo, y esta emigración, que no puede encausarse ni
orientarse, como ya en otro debate he dicho, hacia nuestra zona de protectorado
en Marruecos, porque no se encuentra hoy en condiciones para poder recibir a
los trabajadores, menos aun puede encausarse al interior de nuestra Patria
porque, precisamente, de diferentes regiones de la Península emigra a diario,
atraidota, muchas veces con falaces ofrecimientos, la clase trabajadora. Por
eso esta emigración se dirige a Argelia, a la zona del protectorado francés de
Marruecos o a la América del Sur, y no siempre en condiciones ventajosas ni
mucho menos, para los infelices emigrantes.
LA LÍNEA, SU
DESARROLLO Y SU PATRIOTISMO
La población de
La Línea de la Concepción tiene un censo real, efectivo de cerca de 70000 almas. Hace poco más de setenta años, cuatro barracones fueron los
cimientos, la base, por decirlo así, de aquella población, que ha ido creciendo
y desarrollándose hasta el punto de haber llegado a ser la tercera de la
provincia de Cádiz, y esa población está compuesta en su totalidad de gente
trabajadora, porque allí todos trabajan y con la ayuda del trabajo se han
creado modestas fortunas, se ha ido poco a poco desarrollando el comercio y
adquiriendo medios de vida las profesiones liberales.
La
Línea ha necesitado para su bienestar, para su desarrollo, de Gibraltar,
del trabajo de Gibraltar, pues nadie ignora que en dicha plaza se construyeron
obras que consumieron muchos millones, y en todas ellas el trabajo español, que
tenia La Línea por hogar, fue el
principal factor; pero también hay que reconocer que Gibraltar en todas las
épocas ha necesitado y necesita de La
Línea.
Y así, poco a poco, dignificados por el
trabajo, los habitantes de La Línea
dirigieron todas sus iniciativas a engrandecer la población en que vivían, y,
por lo mismo que estaban tan inmediatos a suelo extranjero, en ellos existió
siempre, con intensidad admirable, el cariño para su Patria, para su España,
dándose el caso extraño de que, a pesar de la proximidad y del trato íntimo y continuo
con súbditos ingleses, es raro, contadísimo, el habitante de La Línea que hable otra lengua que la
lengua castellana.
Pues bien; en esa ciudad española todos los
ojos se vuelven hoy el Parlamento español, esperando que sus iniciativas sean
acogidas por el Gobierno de la Nación y constituyan un rayo de esperanza que
disipe negruras y alarmas, harto justificadas, que asaltan a todos aquellos
habitantes, mucho más cuando han visto cerrarse el camino a peticiones
legítimas, apoyadas por mi durante muchos años, cerca de las Cortes y de los
Gobiernos; aun cuando hieren sus oídos palabras pronunciadas por labios de
Consejeros de la Corona, que parecía encaminadas a destruir todas sus
esperanzas, para que, ensanchada la órbita de trabajo honrado, llegara aquel
pueblo a su completa dignificación.
LAS
ZONAS FRANCAS. SU NECESIDAD. ADMINISTRACIÓN MODELO.
Los firmantes de la proposición sometida en
estos instantes a la Cámara, pretenden que se estudie una solución práctica al
conflicto que ahora renace, que se busquen medios para que en La Línea, en San Roque, se pueda por lo
menos vivir, y esos medios se esbozan en el texto de la proposición que
defiendo, en la que no se pide que el Congreso, no ya exija ni señale al poder
público en forma imperativa lo que debe hacerse para que la crisis en el Campo
de Gibraltar latente, no continúe, sino que sólo de la Cámara se suplica que
ruegue al Gobierno de S. M., en vista de tan excepcionales circunstancias, que
estudie, a ser posible, entre otros remedios urgentes, la manera de aplicar a
aquella región las disposiciones legales que regulan los depósitos comerciales
y las zonas francas.
No se trata, señores Diputados, de una
petición que al formularos pueda causar extrañeza y ser objeto de la más
insignificante repulsa; porque tantos anhelos, reflejados en unas cuantas
líneas en la proposición que se debate, han sido estudios, meditados por las
insignes personalidades que conmigo suscriben la demanda, y que no la hubieran
suscrito si se tratase de utopías o exabruptos. Es una petición justa, una
petición absolutamente legal, y sobre todo, absolutamente necesaria, como no he
de cansarme de demostrar a los señores Diputados.
El término municipal de La Línea de la Concepción es muy
reducido; puede decirse que el término municipal es la urbe, o sea toda la
parte urbanizada, elogiada como se merece por cuantos la visiten, como elogian
a las Corporaciones que administran los intereses comunales, por la limpieza y policía
de sus principales calles y por estar atendido mejor que en algunas capitales
de provincia todos los servicios municipales. Actualmente se está construyendo
un hospital civil, iniciativa de una celosa autoridad militar, del coronel Díaz
Enríquez, que cuando esté terminado habrá muchas poblaciones de primera
categoría que no lo tengan igual. Y solo se debe su creación a las dádivas del
vecindario y a las subvenciones de las Sociedades populares. Allí la beneficencia
y la enseñanza son atendidas en cuanto permite el presupuesto municipal; hay
una clínica de urgencia y una instalación admirable debida a la caritativa
institución de la Cruz Roja, con todo el material necesario y sin subvención
alguna ajena a la población.
El Ayuntamiento de La Línea de la Concepción ha tenido la virtud del ahorro. ¡Qué poco
puede decirse esto de todos los Municipios de nuestra Nación! ¡Qué
satisfactorio sería poder decirlo! Y la prueba de lo que indico está en que
acaba de adquirir una finca magnífica ya construida, rodeada de jardines, para
palacio Municipal, invirtiendo en ella sus economías, como las invirtió antes
adquiriendo el mercado público, que explotaba una entidad particular. En ese
palacio se han cedido construcciones anejas a Corporaciones dedicadas a la
enseñanza. Eso demuestra que la Administración municipal de La Línea de la Concepción se preocupa
de cumplir sus deberes y su actuación, susceptible siempre de mayor mejora,
encaminase a solucionar problemas locales, como la traída de aguas y el
saneamiento urbano, que parecía hasta hace poco insolubles.
Pero como he dicho, aquel término municipal
es reducido, es decir, que no hay como en otras poblaciones, terrenos de
cultivo de extensión bastante para explotación agrícola que contribuyera a que
en la población viviesen en mejores condiciones. Solo hay unas cuantas huertas
que surten a la población y a Gibraltar, y que poco a poco han ido formándose.
A pesar del anhelo constante de los
habitantes de La Línea de la Concepción
para establecer allí centros industriales y fabriles, existe una imposibilidad
legal para lograrlo. Hay un valladar para que esos anhelos se realicen, y es la
prescripción de nuestras Ordenanzas de Aduanas que impiden el establecimientos
de fábricas y centros industriales a menos de 10 kilómetros de la frontera, y
como La Línea de la Concepción
empieza y nace en la misma frontera inglesa, no ya a todo su término municipal,
sino hasta al mismo término municipal de la inmediata ciudad de San Roque,
alcanza el veto del precepto férreo y a la vez arcaico de las Ordenanzas de
Aduanas, que impiden que allí pueda haber medios para que la vida industrial se
desarrolle en la forma que se desarrolla en todas las poblaciones nacientes.
De no modificarse ese precepto como tantas
veces he intentado, y de no llegarse a soluciones que armonicen los intereses
fiscales con la realidad, resultará que la vida industrial de La Línea no podrá nunca llegar a ser lo
que merece ser, porque quien no ha podido aquí conseguir, a pesar de sus
esfuerzos, la total habilitación de la Aduana, menos podrá conseguir la
derogación de las disposiciones aduaneras que solo tienen vida ante el santo
temor a la defraudación.
Resulta demostrado, señores Diputados, que
es imposible que los males presentes creados por las circunstancias en que se
encuentra aquella población, puedan tener solución, ni fomentando la
agricultura, por mucha intensidad que se le quiera dar, porque falta el suelo
cultivable, que es la primera materia, y menos tampoco por el desarrollo de la
vida industrial porque de no existir las trabas fiscales, por la proximidad de
Marruecos, en los terrenos areniscos que circundan La Línea de la Concepción, podrían establecerse fábricas, telares
mecánicos, para poder surtir en condiciones ventajosas, con los productos que allí
se manufacturaran y se elaboraran, a la región africana, dada la facilidad de
los transportes y su baratura, puesto que esos productos podrían transportarse
aunque fuese en veleros, sin tener que sufrir el encarecimiento de crecidos fletes.
No existe, pues, más que una sola solución,
y es la que se indica en la proposición sometida al Congreso.
ASPECTO POLITICO Y FISCAL
Existen disposiciones fiscales que regulan
la creación de zonas francas el establecimiento de depósitos comerciales, y yo
pregunto a la Cámara y el Gobierno: ¿es que es por ilegal irrealizable esa
solicitud, esas ansias del pueblo de la
Línea de tener una zona franca para que en ella se pudieran establecer factorías,
establecimientos y medios industriales para transformar las primeras materias?
Voy a examinarlo bajo dos aspectos, bajo el aspecto político y bajo el fiscal o
aduanero.
Sería impolítico si atentase al interés
patrio, por tratarse de fronteras y proyectarse sobre La Línea la sombra del peñón.
Pero de tal índole ni existe ni puede
existir inconveniente alguno que altere la más insignificante fibra del
sentimiento nacional.
Así lo han entendido también los firmantes
de la proposición, todos ellos tan españoles como yo, no digo más, porque no
hay quien me aventaje en el amor ferviente a la Patria. Por la vecindad a la
plaza inglesa no hay el peligro más insignificante, y los hechos lo demuestran
hasta la saciedad. Aquellos prejuicios arcaicos, aquellas ideas que en otros
tiempos pudieron justificar ciertos recelos, hoy han desaparecido en absoluto.
Durante años y años se llegó hasta privar a La Línea de todo medio de comunicación. Se reputaba casi como
delito de lesa patria hablar, no ya de construcción de carreteras, sino hasta
de intentar componer caminos y veredas, y la vía que comunicaba la Línea y
Gibraltar, era vergonzosa. A poco de jurar en 1910, el cargo de Diputado, y cumpliendo
el compromiso que contraje con mis electores del distrito de Algeciras, de
procurar por todos los medios que aquella región saliese del aislamiento, y que
entre San Roque y La Línea se
construyese una carretera decorosa, hube de oir en un despacho oficial, a
personas de gran prestigio, a hombre de gran cultura y de probados servicios a
nuestra Patria, el consejo amistoso de que variase de rumbo: que no solicitase
carreteras o caminos para el Campo de Gibraltar, sino más bien que se abriesen
simas y zanjas, porque La Línea era un
barrio inglés, y era atentar contra la Patria, que estaba por encima de
todo interés regional o político, el que aquella población tuviera fácil
comunicación con la Península. Yo quedé anonadado y estupefacto cuando, de
labios de tan prestigioso prócer se pronunciaron estas palabras, ya que era
persona para mí de respeto y autoridad, que se me aconsejaba que cesara en
absoluto en mis gestiones y que tenía que adjurar de mis errores y faltar a los
compromisos contraídos con mis lectores. Afortunadamente, el prejuicio se borró
mediante una actuación intensa y el altísimo amparo de quien desde puesto
elevadísimo veía con clarividencia y justicia tal problema, y las Cortes de
1910 votaron lo preciso para que cesara el aislamiento lo que acordó el
parlamento y sancionó Su Majestad el Rey.
Tengo
la esperanza de que la misma gestación tenga el arduo problema del depósito o
de la zona franca, que daría medios extraordinarios de vida a aquellas gentes
laboriosas y honradas, dignas del apoyo de los Poderes públicos, y no del
olvido y del desvío con que se reciben sus súplicas. Si hubiera el más
insignificante temor de que el interés patrio resultase lesionado, ni aun
ligeramente ensombrecido, tengan los señores Diputados por seguro que, a pesar
de mi representación, no sería yo quien apoyase tal demanda, y hubiera sido el
primero en oponer una negativa cerrada a quienes me la hubieran formulado; pero
todos los firmantes de la proposición estamos plenamente convencidos de que si
prosperase, si el Gobierno atendiendo el ruego que en ella se formula (puesto
que la proposición se limita a pedir que el Gobierno, con urgencia, estudio,
pero ni siquiera que ejecute), si saliera del banco azul una palabra de
esperanza, serviría para calmar la excitación de los ánimos de los habitantes
del Campo de Gibraltar, que por actuaciones parlamentarias no lejanas, se creen
condenados a la miseria, y se han dirigido a hombres de buena voluntad del
Parlamento, a las primeras figuras de la política, para que apoyen, en estas
horas de tribulación y de armadura para aquellos, las pretensiones que sin vocerío
rebelde, sino con clamor digno sereno, formulan y sepan de una vez si el
Gobierno de España está con ellos o los repudia como a hijos espurios.
Nada que afecte al altísimo sentimiento de
la patria se opone para que el Gobierno en este instante aconseje se tome en
consideración esta proposición. En cuanto al interés fiscal, las últimas
palabras de la proposición dicen claramente que sus firmantes aspiran a que los
intereses del Tesoro se salvaguarden en forma que no pueda haber el menor
riesgo para esos sagrados intereses. Lo que se solicita del Gobierno es que,
armonizándolos con la concesión que se pretende, se adoptan aquellas medidas
necesarias para que con todo el celo defiendan al Fisco los que deben defenderlo.
¿Dónde está el riesgo para los intereses fiscales? ¿Es que siempre va a surgir
el interés aduanero, o el de aquellos que lo dirigen o monopolizan, para
oponerse a la más insignificante de las concesiones que pretende obtener La Línea de la Concepción? Es
verdaderamente irritante, señores Diputados, que cuando se viene aquí año tras
año defendiendo una causa justa con el tesón que emplea todo aquel que cree
cumplir con su deber, el tope, el valladar, la barrera que se oponga a que se
acuerden disposiciones fiscales justas, o constituya el interés aduanero, pero,
¿quién atenta a ese interés aduanero? Ya en otro debate lo he dicho. Esos altos
funcionarios que lo invocan son los primeros interesados en que se cumplan las
leyes, y con las leyes dictadas sobra materia para evitar el fraude si todos
cumplen sus deberes. ¿Qué miedo las puede dar el que se habilitasen las
ventanillas de la Aduana para el adeudo de toda clase de mercancías? ¿Qué les
podía importar que, de prosperar la petición que ahora se sostiene,
retrocediera la Aduana unos centenares de metros más hacia el interior, para
que estuviera establecida de modo que las aguas inglesas no azotasen, como hoy
azotan, los cimientos de la actual Aduana? Mucho más atrás, estaría emplazada
en terrenos bañados por aguas españolas, y de esta forma actuaría con más
eficacia el resguardo marítimo, y sería más eficaz también la vigilancia de la
frontera, aun cuando hoy no cabe mayor vigilancia, pues por las puertas de la
Aduana solo puede entrar lo que se deje entrar.
Sabe muy bien la Cámara que no puede haber
defraudación, que no puede existir esa defraudación aduanera sin complicidades;
y de existir complicidad con habilitación y sin habilitación, con zona franca o
con recinto amurallado, se defraudará al Tesoro. Por eso, señores Diputados, ha
sido mayor mi satisfacción cuando año tras año, visitando los despachos de los
señores Ministros de Hacienda –la mayor parte de ellos personas que me
dispensaban una amistad sincera-, después de oír que sentían por la petición
que las formulaba vivísima simpatía y les convencía con mis argumentos,
después, tras la inevitable conferencia del Ministro con los defensores de la
Renta, surgía la obligada negativa a mis pretensiones. Tras esa conferencia, el
Diputado no iba ya a pleitear por una causa legislativa; el Diputado no
formulaba un ruego, creyendo de buena fe que se limitaba a servir únicamente
los intereses del pueblo; no. El Diputado era ya una persona sospechosa que no
venia inconscientemente a apadrinar y proteger intereses bastardos de los que
preparaban sus ataques a los intereses sagrados del Tesoro, en lo más sagrado
que para el Tesoro puede haber; en la recaudación del impuesto de Aduanas.
La Cámara me perdonará que no ahonde en lo
que pueda tener relación con la defensa de los intereses fiscales, porque, señores
Diputados, si tocamos ese tema –lo digo sinceramente-, acaso no pueda
dominarme. Yo procuro siempre decir aquello que deba decir; pero a veces la
pasión se exalta y el freno que la prudencia suele poner en los labios
desaparece. Entonces el apasionamiento se desborda y se pueden hacer
manifestaciones que acaso sean inconvenientes. Por eso, porque este tema es
escabroso, no lo quiero tomar. Me basta con haberlo iniciado para que todos los
señores Diputados traduzcan mis palabras.
LA LÍNEA NO ES CONTRABANDISTA
El mayor anhelo de La Línea de la Concepción, la mayor de las finalidades que
pretende, es que desaparezca el estigma infamante que pesa sobre aquella región
laboriosa y digna que, como es natural, aspira solo a desarrollarse, a vivir y
desenvolverse. ¿Es que solo por la frontera de la plaza de Gibraltar puede
atenderse a los intereses del Tesoro? Hacer semejante aseveración constituye un
lugar común que, desgraciadamente, se repite. Yo lo he escuchado, a veces con
amargura y otras con indignación, porque al fin y al cabo, me cabe la basura de
representar muchos años en el parlamento aquel territorio.
Señores Diputados, yo me he deleitado
hojeando las páginas de un novelista ilustre de nuestra patria, de un escritor
valenciano de renombre mundial, y he leído, como seguramente muchos de los que
me escuchan, la novela “Flor de Mayo”,
donde se describe el contrabando que, con una intensidad verdaderamente
pasmosa, se hace en otros parajes de la costa levantina, y no hace mucho, he leído
también telegramas de prensa donde se hablaba hasta de cuestiones personales
surgidas entre distintos representantes del fisco, en la región nordeste,
precisamente por algo que pudiera relacionarse con la mayor o menor vigilancia,
o con la mayor o menor impunidad de los dedicados a defraudar el Tesoro. En
esos mismos periódicos se han publicado hace poco telegramas extensos, dando
cuenta de grandes alijos por parte bien lejana de La Línea de la Concepción. Dice un refrán: “Camino robado, camino
seguro”. Es muy fácil, señores Diputados, echar sobre una región el peso
infamante de calificativos que no merece, y que, en cambio, todos esos
atentados a los intereses del Tesoro se cometan en sitios que nada tienen que
ver con aquellos lugares citados con oprobio, a los cuales parece que se les
quiere aislar para que en forma alguna, obtengan las ventajas que se concede a
los demás. ¿Y para qué volver a hablar de la célebre Sociedad contrabandista,
de 20 millones de capital, descubierta por el señor Cambó? Tampoco tenia su
domicilio en La Línea.
Señores, pido perdón a la Cámara por la
extensión daba a mis palabras con el exclusivo objeto de hacer tiempo para que
llegaran el señor presidente del Consejo o el señor Ministro de Haciendo, a
quienes, cumpliendo el encargo de mis representados, hube de exponer sus
deseos, haciendo llegar hasta ellos sus clamores. Puesta que ya se encuentra en
la Cámara el señor Ministro de Hacienda, innecesario es que espere la llegada
del señor presidente, jefe del Gobierno, y pueda ya, señores Diputados,
ahorraros la molestia de seguir escuchándome. Conozco bien –con amargura tengo
que decirlo- el pensamiento de S. S., señor Ministro de Hacienda, pero tengo
que seguir cumpliendo con mi deber y solicitar que una voz autorizada cierre en
absoluto el paso a las pretensiones de toda una comarca o tenga para ella algún
aliento de justicia. Es preciso que la Cámara forme juicio, y este no puede
formarse escuchando a una sola de las partes; es preciso que oiga la otra voz,
que en este caso tiene importancia grandísima, por ser la del Gobierno, a la
cual después, modesta y sinceramente, como siempre, opondré la réplica adecuada
a su respuesta.
Aunque supongo lo que me va a contestar,
espero la respuesta del señor Ministro para deducir de ella las oportunas
consecuencias. Y no digo más.
El señor MINISTRO DE HACIENDA (Bergamin):
Pido la palabra.
El Sr. PRESIDENTE: La tiene su
Señoría.
El Sr. MINISTRO DE HACIENDA (Bergamin):
La proposición de mi particular amigo y correligionario, el Sr. Torres, tiene dos extremos, a uno
de los cuales se adhiere el Gobierno de una manera incondicional. Todo lo que
sea fomentar por cualquier medio que esté al alcance del Estado elementos de
vida para la población de La Línea,
tan digna como todas las demás de España, de la atención del Poder ejecutivo,
tiene desde luego nuestro absoluto beneplácito, y esperamos que se traduzca en
algo concreto de petición para demostrar que no es vana la promesa, y que los
hechos responderían a las palabras. Pero la orientación que tiene en el segundo
extremo, aquella de establecer en La
Línea una zona franca, es, a mi juicio, tan digna de estudio, como que de
antemano todo Ministro de Hacienda sentiría respecto de ella una gran
prevención. No hay que olvidar donde se encuentra La Línea, que sin poder remediarlo es el punto de choque necesario,
indispensable, entre los elementos que en Gibraltar no se preocupan mucho del cumplimiento
de nuestras leyes fiscales y las ambiciones y el deseo natural que todo el
mundo tiene de aprovechar las ventajas que eludir el impuesto fiscal
proporciona. Extender con una zona franca la esfera de acción de Gibraltar,
sería, en un doble aspecto, peligroso; en el aspecto puramente fiscal,
peligrosísimo; pero en otro orden de idea, aun más grave el peligro, porque
sería extender el radio de acción de la plaza de Gibraltar a toda esa zona que
se le diera como franca. Y, claro está, en ese último extremo de la proposición
el Gobierno no puede aceptarla, ni permitir que sea tomada en consideración, a
no ser que la Cámara opine lo contrario.
El
Sr. TORRES BELEÑA: Pido la palabra.
RECTIFICANDO E INSISTIENDO
El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.
para rectificar.
El Sr. TORRES BELEÑA: me había
anticipado a la respuesta de mi respetable amigo el Sr. Ministro de Hacienda, y
ya me adelanté a cuanto se relacionaba con ese temor que asalta al Sr. Bergamin, que es el que para mi
tiene más importancia, porque aun cuando lo que pueda relacionarse con el interés
fiscal y con ese temido choque de intereses legítimos y falsos, no deja de
tener gravedad, mucha mayor la tiene, señor Ministro de Hacienda, lo que S. S.
ha manifestado, o sea el temor del Gobierno de que la petición que la
proposición entraña pueda dañar un interés que está por encima de todos los
intereses.
El Sr. Bergamin conoce admirablemente el
Campo de Gibraltar, conoce La Línea de
la Concepción y conoce Gibraltar, y sabe perfectamente que lo que se
pretende, que lo que se busca en la proposición es precisamente lo contrario de
lo que él teme. Hoy día ¿no entran y salen los individuos que en Gibraltar
habitan, con toda libertad? ¿No tienen propiedades del otro lado de la
frontera? ¿No pueden usar de sus derechos al amparo de la Constitución y de las
leyes? ¿No es de hecho La Línea una prolongación de Gibraltar? ¿Es que puede
dañar la zona franca al interés patrio? Lo uncí que puede haber es que la
proximidad permita que aquellos que en la zona franca se dediquen o pretendan
defraudar el Tesoro, lo hagan como pueden hacerlo en las inmediaciones de Port-Bou
e Irun, en Navarra y en la raya de Portugal. Eso ocurrirá en las proximidades
de todas las fronteras, en España y en todas las naciones que tengan fronteras.
Su señoría ha obtenido hace poco de la
Cámara sanciones muy duras contra los delitos de defraudación y contrabando, y
me parece que en La Línea nadie la
ha censurado; al revés, de aquella región que yo represento solo han salido placeres,
a pesar de la dureza de muchos de esos preceptos, y es por la razón suprema de
que el que no trata de delinquir poco le importa que sean más o menos duros los
castigos que se impongan al que falta a sus deberes, y por eso la inmensa
mayoría de la población no se ha preocupado ni ha acudido a su representante
para que viniera aquí con enmiendas, ni formulase siquiera la más pequeña
indicación en el seno de la Comisión de Hacienda, de la cual me honra en formar
parte, para que se atenuase ninguno de los preceptos consignados en ese
proyecto ya aprobado del Gobierno de S. M.
Su Señoría tiene medios, con disponer de
aquellos que sirven o deben servir a los intereses del fisco cumplan
estrictamente con su deber, está adelantado mucho camino para disipar esos
temores que asaltan a S. S.; pero no es caritativo, en estos momentos, el
cerrar la puerta tan en absoluto a la esperanza que hacía concebir a mis
representados el haber redactado esa proposición en forma tan moderada y con
finalidad an modesta, pues en ella se deja en libertad al Gobierno para poder
llegar a esa finalidad en la forma que estime más conveniente. ¿Por qué razón
esa repulsa? ¿Por el interés político? ¿Es que pretendemos los firmantes de la
proposición regalar a Gibraltar o a la nación inglesa un pedazo del territorio
patrio? Pues el depósito franco y la zona franca son remedios indicados, antes
que por este Diputado, por alguien que representa al Gobierno de S. M.
Al Sr. Ministro de la Gobernación entregó
no hace mucho el Gobernador Militar del
Campo de Gibraltar, el digno general Villalba, una memoria explicando lo
hondísimo de la crisis que allí se atraviesa, como había bajado la recaudación
por consumos en La Línea, como la
vida era allí imposible y como el único medio, ya que había dificultades para
la habilitación de la Aduana, era conceder algo, dentro de la esfera del
derecho y de la legislación, para que allí se pudiera vivir. En segundo lugar,
se nombró por el Sr. Cambó un alto
empleado, titulado defensor de los intereses del Tesoro contra el fraude…(EL SR. PRESIDENTE AGITA LA CAMPANILLA).
Voy a terminar, Sr. Presidente, y le ruego a S. S. que no me toque la
campanilla; ya se que S. S. está sufriendo al ver el sufrimiento que me produce
la defensa de una causa justa, la forma en que ha sido recibida por el
Gobierno. Decía que este funcionario de gran retribución, de gran renombre, de
gran inteligencia y de una hoja de servicios intachable, que al mismo tiempo es
un general que viste el honroso uniforme militar, ha dicho en todas partes y en
todas las formas –no se si lo dijo en papel de oficios, porque no soy de los
iniciados en las cuestiones de Gobierno- que el único remedio para que La Línea no perezca, es establecer la
zona franca. Me parece, señores, que con estos antecedentes y después con las
firmas de las ilustres personalidades que han escuchado mi demanda y autorizan
la proposición, que son todas ellas españoles de corazón, podía S. S. haber
buscado otro argumento y no apelar al interés patrio para fundamentar su
negativa. Se trata no de un mezquino interés político ni de un minúsculo
interés de partido, ni de un insignificante interés de distrito; se trata de
algo más grave, más importante y de mayor trascendencia. El Sr. Ministro de
Hacienda, en nombre del Gobierno, solo ofrece a La Línea de la Concepción que el Gobierno verá la manera de que
aquella situación no continúe; mucho más hubieran servido de consuelo a aquella
comarca, porque dado el gran talento de S. S. y los medios de que dispone, bien
podía haber indicado cuál podría haber sido la solución que el Gobierno ofrecía
para intentar un remedio al mal. Lamento no poder compartir mi opinión con el
criterio de S. S., que no puede satisfacer a aquellos en cuyo nombre hablo. Mis
representados ya saben lo que pueden esperar de este Gobierno conservador.
Por eso yo, señores Diputados, solicito de
la Cámara que sobre ella se pronuncie. Tengo que cumplir hasta el fin con mi
deber y con el mandato recibido. Entrego la proposición a aquellos que me
honraron suscribiéndola y honraron la región que represento, considerando justa
y legítima su petición. Ellos consideraran si es o no oportuna una votación. No
puedo decir más respecto a la proposición; lo único que hago es no retirarla.
Hecha la oportuna pregunta por el Sr. Secretario (Ruiz Valarino), no fue
tomada en consideración la proposición.
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Antonio Cruz de los Santos |