Capítulo 18
DON
JUAN TENORIO
Tan honda impresión causó en si la función
de anoche, que en este momento acabo de tomar un purgante.
Al comenzar a escribir pudiera exclamar
parodiando a Doña Inés:
¿Ay, se me abraza la mano
Con que la pluma
he cogido!
Solamente habiendo visto hacer el TENORIO
al inolvidable Rafael Calvo, pudieran hacerse comparaciones, aunque estas
resultan siempre odiosas. Yo de mi sé decir que Calvo con ser Calvo no logró
hacerse salir enfermo del teatro a la mitad de la función; y en cambio anoche
al finalizar el acto cuarto tuve que retirarme a casa con un ataque de nervios grandísimo.
Fueron muchas las impresiones.
Primeramente, para evitar las consiguientes
molestias al público dejaron para mejor ocasión la escena segunda del primer
acto que dice:
_ Christófano, vieni
quá.
_ ¿Excellenza!
_ Senti
_ Sento.
Etc.
¿Y es lástima, porque el hostelero debería
haber hablado siempre en italiano! Precisamente para eso, para que nadie le
entendiera.
Por más que luego Butarelli dijo muy formal
al Capitán Rayos, digo, Centellas, que el forastero (Don Juan) le había hablado
en italiano, cosa que no fue verdad. Es decir, como no se lo hablara al oído
para que nosotros no lo oyéramos… Pero, en fin, esto es pecata minuta, como
dice un caballero amigo mío.
Los que aseguran que los brios de Don Juan
van decayendo están en un error grandísimo. Si hubieran visto anoche la función
ya se convencerían. Hasta ahora, en el momento aquel en que Don Juan, deseando
conocer al enmascarado que le emplazaba ante Dios, fuera de sí se lanzaba sobre
él.
Todo se reducía a arrancarle el antifaz de un manotazo; pues bien, anoche
no solo le arrancó el antifaz, sino que al par de éste se llevó la barba y el
bigote de Don Diego.
El efecto que esto produjo en el respetable
público excuso decir a ustedes que fue arrebatador. Tanto es así, que creo que
algunos van a escribir a Zorrilla pidiéndole que en vez de los versos en que
exclama Don Diego:
¿Villano!
¡Me has puesto en la
faz la mano!
Y contesta Don Juan:
¡Válgame Cristo, mi
padre!
Ponga estos otros:
Don Diego.
¡Bribón!
¡Me afeitaste sin
jabón!
Don Juan. ¡Afeité en seco a mi padre!
Don Diego. ¡Mientes, no lo fui jamás!
Los que afeitan como tú
Son hijos de Belcebú.
También merecen citarse en la cuestión de
indumentaria un magnífico sable de Guardia Municipal que sacó Don Luis Mejías y
unos calcetines encarnados naturales que lucía Ciutti.
Doña Inés muy guapa y trabajó con bastante
naturalidad. Lástima que en el tercer acto apareciese puesta en capilla como un
condenado a muerte. No exagero. Aquella mesa cubierta de paños negros con el
crucifijo y las dos velas, y aquel cuarto tan pobre y sucio, se parecía otra
cosa. Y ya diges lástima, porque
Doña Inés era muy guapa y además no trabajó mal, de modo que por qué tratarla
de ese modo. Así se comprende que la infeliz se dejara robar.
Avellanada como buen sevillano salió peinado
a lo flamenco, con unos tufos que ¡Hasta
allí!
En el acto de la quinta viose Don Juan muy
comprometido, pues la pólvora de la pistola estaba mojada con las lluvias de
estos días y faltó el tiro, viéndose obligado a matar al Comendador de una
estocada a volapié superior.
A Don Luis lo mató de una buena recibiendo,
y depués de haber llamado al cielo sin que éste le hiciera caso, y haber
envainado la espada de luto, en vez de arrojarse por el balcón, se marchó muy
tranquilo por una puerta lateral, con la mayor frescura.
¡Claro, para eso era Don Juan Tenorio! Y,
además, estaba en su casa.
Y vamos al quinto acto. El cementerio. El
Comendador y Don Luis en calzoncillos blancos, y los rostros llenos de harina,
como boquerones que se van a freír.
La estatua de Doña Inés, que más que
estatua de una mujer parecía un borrego merino.
Un farol muy feo. Un manojo de llaves
mohosas y el Escultor.
Más tarde, Tenorio vestido de luto,
luciendo, para mayor escarnio de sus victimas, los calzones negros que había
sacado en tiempos su suegro, o sea el Comendador.
Y después del delirio de Don Juan, ya no pude
resistir más tan continuadas emociones, y me lancé a la calle como un loco, a
buscar a Doña Ana de Pantoja, o a Lucia, o a Don Diego a ver si le había
crecido la barba…
Esta mañana he sabido, al encontrarme en mi
cama, que un guardia municipal me había traído a mi casa esta madrugada, pues
me encontró en mitad de la calle llamando a gritos a Doña Inés.
Enrique Gómez de la Mata. 2 de noviembre de
1892.
NOTA. Para mayor
seguridad de los actores, la Autoridad envió al Teatro fuerzas de Orden
Público, Municipal y Guardia Civil.
De otro modo ¡ni lo de Bosch en Madrid!